Alice in der land

Alice in der land

sábado, 12 de mayo de 2007

Cuento no fantástico, sencillamente, premonitorio: Ojos sobre el destino.

Recuerda esa verborragia infantil, casi animada por la imaginación y los sueños.
Soñaba dos nenas, doblando la edad, pero si era una nena de 16 y entre idioteces, qué sobre lo predestinado, qué cuando era chica y había soñado, qué el trago amargo, del medio litro del té y el destino. Las galerías de los sucesos con mil bocas y la última salida al laberinto.
Digo, escribo y me acuerdo, cuando veo la tinta rojo sangre.
Me imagino a Selina o Darina, muy bien no supiera el nombre pero más bien empezaba con D, mirándome con esos ojos circulares café, mirándome como anonadada explicando porque café y no té, comprendiendo demasiado, hasta entendiendo una misma cosa a sus 5 añitos de edad.
Pero no está su voz y la oniria descriptiva comienza a entremezclarse por una galería, como si esta tinta ahora estuviera escribiendo los pasajes: la carta que envié hace unas horas, el back de ayer y el sexo en el recuerdo, la nena bonita de hoy y los ayeres.
¿Quién sabe donde hay salidas, cuando el laberinto del sueño te vence y te muestra caminos?

Y sorbo el té, recordando esa mezcla de hierbas, ese día después, ese mes después y la tinta en blanco, luego tomando esa tonada roja, demasiado coagulada, la tinta encerrada en el tubo, muriendo mientras baja por entre las letras. Esperando que la oniria vuelva, para decirme que si es inflexible que tu desición y mi desición hayan sido las autoras del silencio de Darina y quizás, quién sabe, serán autoras del silencio de Katja, pero espero que no, cuando entraste con cuidado y lo sigas haciendo porque cinco años después aún recuerdo el número 6.

Por ahí es esta noche, que vuelve el sueño repetitivo, como tantas veces, antes de que hiera el agua para el té y luego de las 12, sí, de las 12, mi rostro sobre la almohada luego de las 12 y la señora de 28 que sale de su sueño, casi flotando se aparece por esa calle semi desnuda, el salón de fiestas en frente apagado.

El destino no se festeja y sí será, especialmente después de su muerte y ese viaje que recuerda esta tinta.

Ella observa, envuelta entre ese estupor onírico, la pareja casada en la casa de en frente, el aroma a café y su esposa sirviéndole el trago caliente, como si en eso no supiera la perdición de su marido, los meses anteriores cuando la miraba extrañado pero ella, sin estelas de recelo, no irrumpe en la morada.
Más bien se va, por ahora sola, a la vereda de en frente donde sí tiene llaves.
Sabe que es el segundo piso, ahí a donde va a buscarlas, para ver donde las dos nenas solo un número, 12 y 6 y las camas vacías, las persianas cerradas, el claustro de la muerte.
Así, sin más cierra la puerta, pero como si le importara la melancolía. Piensa en ese instante inútil, en ese té que ojalá fuera el único pero falta un año. 6 y 12 y podría haber sido 5 pero, por favor, que cambien, que un nuevo sueño llene esa cama de una bifurcada, que el 6 ya lo hubo soñado y el sueño de nuevo la lleve al 5 de la desición de él y ojalá no más tes.
Pero entonces cerró la puerta, sin más conjeturas, sin más agravios de lo que sabía cuando niña y quizás el número sí fuere 5, porque las galerías pueden ser muchas, podrían, bah, como hormiguitas moviéndose abocadas y el desencanto de haberlo soñado ya varias noches antes, como si supiera y volviera él de nuevo a olvidarse de pedir permiso.
Y va a la habitación de al lado, las puertas abiertas y quién sabe si sí tendría 28 pero el bebé.
La cuna con el velo blanco, los juguetes repartidos por la habitación y una voz que la invita a tomar un café para despertarse.

Otra no queda.

jueves, 10 de mayo de 2007

The Dark Side of The Moon

A magritte, el imperio de las luces rotas. A rené, rasguñando el piso, traspasando mis piernas, ronroneando con mis palabras ahí, inquieta, tan mía y él tan mío y lo sabía desde antes de llorarlo…

El gato contra la almohada.
El humo que solo disfuma la diplomacia Real.
Ella se acerca y le dice a René si le gustaría visitar Suiza.
Magritte contra sus pestañas y el tibio susurro del delicado ronronear, que corresponde al humo de la pipa. La manzana de las luces y la casa en la obscuridad del imperio. Reticente a seguir, el largo trazo de su cola roja, suburbia la noche.
Si es de día, si era de día, ella le hubiera dicho.
Entonces buscó a Selina para avisarle, urgente, que era noche de luna llena porque la gata maullaba y nadie podía cesar la sinfonía del llanto.
Las lágrimas tácitas en el imperio de las luces y la llave de la puerta.
Había aullidos en el agujero, detrás del alambrar disonante. Alguien cavaba algo. Se oía el ruido de las palas incesantes, el sonido agudo que le advertía a Selina.
Puso la llave.
Uno, dos segundos congelados. Pensó si estaría adentro y oyó el quejido lastimoso de la gata, a la lejanía de los bosques.
¿La llave abría? Si la encontraba en la alcantarilla era porque sí, porque había querido que fuera así, que estuviera ahí tirada, en la manzana a obscuras y de día el sol resplandeciendo la lúgubre nocturna.
¿Para qué dar el salto?
Y tantas preguntas sin demasiadas respuestas porque la llave y el último segundo la iban escondiendo, palazo a palazo, la pala que retoma su trabajo.
La vió por la ventana y le quizo gritar que no siga. La vió un insante, la sombra de Selina y el jardinero por algún lado y si ella entraba y le avisaba y el jardinero y la gata quejándose lastimosamente, iban a corromper el delicado día. La gata. ¿Por qué la gata? Esto es más que una gata, carajo.
Entonces la llave.
Buscó la alcantarilla y la tiró.
Volvió a buscar la sombra que ya no estaba.
Relojeó el día.
Empezó.
Y 33, dijo.
No.
2:45.
No.
Pero que si la quería conocer y tenía que elegir pero ella no, no era ella la que decidía. Cuando corrompía la voz timbrando sobre sus tobillos y ella le hablaba despacio que no siga, que era noche de luna llena. Hoy no, René, por favor.
Pero el tic de la canilla y la pala, la pala que cavaba aún más rápido y el regocijo de la gata que dejaba de maullar porque iba a encontrarse con lo que quería.
René. ¿Esto no es solo René?
Si era ella la que decidía.
Si era René que ahí, cuando la luna llena, la encontraba de noche para decirle el nombre y que el quejido lastimero cese, que la dejen de atormentar de una vez por todas, a la pobre, pobrecita ella en sus lágrimas incesantes cuando retoma el éxtasis de la rutina, gemir, lamer, pasearse entre sus piernas y ella le dice que si le gustaría volver a Suiza.
Y le dice: 11.
Bingo, en el último piso.
La gata que maulló a lo lejos y se dirigió a ella, ondeando sus patitas como herida, como si alguien hubiera dejado huellas con esa decisión. La cara rojiza y entrecortada. Los rasgos animados que dibujaban su mirada acaecida, la tonada grave.
Más grave.

Selina, le dijo.

El maullido de nuevo. No. Ahora.

Selina, le dijo.

El aullido de nuevo y la gata que no podría prender las luces, porque ya era de noche pero se dirigió al jardín. El claro de la luna sobre el pobre animal. Cuando las nubes la escondían pero esa noche, perfecta. Solo las estrellas y la luna entre los árboles y el jardinero adentro de la casa, la pala bañada en sangre, la gata que rasguñaba las piedras y maullaba, lastimosamente, maullaba.

Ahora la había visto entre los arrayanes y el bosque, metida por entre los costados e iluminaba la tierra removida.
Las 11:06, clavada en las luces del farol sobre la tumba.

René, rasguñando las piedras, esta noche no quiso las manos de Selina sinó las mías.

Theater des Vampires

Sonó el timbre.
-Venimos a… -comenzaron a decir los de negro.
-Sí, ya se a que vienen, pasén –dijo seriamente.
Porque todo el día había estado balbuceando incoherencias. Qué la amenaza y las sábanas sobre su cabeza, le faltaba el aire a la pobre. Entonces tomo la perspectiva de un destino violáceo, ese color putrefacto que a ella siempre le había fascinado, desde que le compró el anillo y le dijo que no sabía bien que pasaba, qué no se sentía bien, que le faltaba el aire y la taquicardia ondeaba las cortinas como si todo un público la aplaudiera cuando hacía sus berrinchitos. Hacía años que los venía siguiendo, que la amenaza y los papeles y las palabras de más, para darla vuelta y que vuelva, de nuevo se sacaba el anillo y por el balcón le gritaba las últimas palabras. Qué iban a ser las últimas, que no se olvide que no iba a haber más papeles y menos voces que la aplaudan, que gritaba fuerte para que no la oigan, que esta si era la última función de sus amenazas.
-¿Y ahora qué hago? –les preguntó a los de negro.
-No sé, movela –le dijeron.
La agarró y rechazó la mano, la mano sobre su cintura y ella moviéndose incómoda, la sábana sobre su cabeza y el sueño que había tenido la otra noche, las pastillas para el dolor de cabeza y el repugnante aire nauseabundo, que faltaba el aire. Ese aroma que ahora era olor. El dolor en sus muecas que se quedaron quietas, ella que se quedaba tiesa mientras la tomaba, como mintiéndole de nuevo, diciéndole que iba a ser la última, que la deje en la cama, que primero se apagaban los aplausos y los discursos y después ella se callaba. Para que alguien le calle la histeria, para que alguien la arrope y mis manos que la arropaban cuando se volvía a poner el anillo, ese bonito de circón cubic que compramos en la tienda de a una cuadras, el colchón que elegimos; ese de una plaza que no alcanzaba nunca a dar vuelta, ese que escuchaba las amenazas con la almohada pegada a su rostro después de la larga oniria, que nadie la apagaba nunca, que nadie la escuchaba en serio. Quién sabe cómo y cuando lo decidió, cuando dijo que iban a ser las últimas palabras.
Primero el acto estúpido de ella. Qué nunca quizo a nadie, que solo sentía fascinación. Después las monedas que caían de su retazo, las contaba una por una, como si le fueran a faltar, como si yo le faltara o hubiera elegido a otro en vez de a mis rosas. Y ella seguía con su discurso, que la última amenaza, que ya lo sabía desde hace mucho, que me deje de joder, que lo iba a hacer y punto, el cierre perfecto, el forro para tan decorosa dama. La copiosa capacidad para extorsionar.
Después los discursos estúpidos, que me tiraba de frente, la foto y que no la toquen, que no firme nada, que está en arenas movedisas porque no sabe bien que tiene razón, que otra vez se va a sacar el anillo y la voy a dejar, sola ahí y con frío y vuelvo, a dejarle la sábana sobre el rostro, para que no me vea y no le dé miedo de nuevo, otra vez las caricias y esas manos mientras le digo que la quiero, que la espero. Pero ella se va y se vuelve sobre la cama, tosiendo adrede, haciéndo esos jueguitos que conozco bien, de nuevo las amenazas y que se va a matar o que la va a matar esto.
No sé, porqué ya no la escucho, ahora solamente la quiero.
Porqué vuelvo a oler esas sábanas y está su perfume; el revoltijo de sábanas de su juego hipócrita y posesivo, la carne de nada, la carne de más y esa carne casi vírgen que jugaba a oscilarme entre los no. Gracias, por nada.
Entonces voy a la cama y los hombres de negro me miran y asienten. Los ojos abiertos, la gran resignación. Y no puedo creerlo que las últimas palabras hayan sido esas, ese agradecimiento monstruoso sobre mi resignación, que ya no le creía, que otra vez la misma historia en repley y me había cansado, ahora ya solo jugaba a tocarla, como si fuera mi muñeca esa que se compró el anillo para ambos dedos.

Pero ahora la veo, tirada a un costado, las sábanas vacías y la mano abierta, el anillo que cae rodando, mientras se cierra el telón, el público aplaude la magnificiencia de la palabra.

Gracias, por nada.

¿Who is playing Hide and Seek?

Ella huele el aroma a café recien hehco.
Salé al patio, riega las plantas que alguna vez murieron, vuelve a darles más agua, las sofoca. Le encanta sofocarlas, torturadora de rosas que no se han secado. Todas ella sin nombre, excepto una. Tantalia. Su jardincito de tréboles y las manos por debajo de las sábanas, regando la agonía, agotándolas de sumisión.
Suena el teléfono y se esconde, adentro del placard. Sabe que vendrá.
Sale a regar rápido, antes de que se corte la llama. A sofocarlas una vez más, para luego dejarlas abandonadas. Otra vez el agua de cuando las odiaba, pero ellas florecen igual, los pétalos tersos, el rosado suave ondulando entremezclado con las sábanas, los tréboles que rebosan la maceta, jugando a aparecer y la mano por entre sus piernas, gimiendo despacio para que no la vea.
Se abusa de ellas porque sabe que vuelven cuando las abandona y se esconde en el ropero, temblando de agonía, esperando que venga la bichera y que, por favor, las consuma. Pero ellas acuerdan todo y vuelven a nacer, entre una palabra tierna y la hipocrecía de quererlas.
Qué si había furia lo sabe. El agua sofocándolas, como si les pegaran una gran piña, como si las asfixiaran contra la lacena, como si el hígado recibiera los golpes en búsqueda de matarlas definitivamente.
Y te amo y no me lo discutas, porque sino viene la sequía y ahora queda el palo verde y las hojas también se mueren, se olvidan de vos y te abandonan, ahí, en el placard solita, buscando esconderte y una excusa. Qué no, no estaba, salí a caminar silenciosa.
O quizás la escapatoria, la puerta de entrada, salir en serio y abandonarlas ahí, los tréboles enrredados que quizás las consuma, Tantalia que no, por favor no la dejes.
Vuelve a sonar el teléfono y responde y otra vez las palabras hipócritas.
¿Te acordás de aquella vez?
Por ahí si muere definitivamente se borra la memoria, pero ella sigue florenciendo, con o sin agua porque se acuerda de cuando bebía. El alcohol para las heridas y hacerse la cerrada, jugar a no nacer. No abrir losa pétalos en invierno.
Es invierno, ¿Qué buscás?
Qué la cuide, que la quiera, que la diga algo bonito, que nunca la torturó y nunca la dejó ahí, casi inerte y por su propia cuenta, revolviéndose entre los venenos y los insectos que le chupaban la sangre.
Gotita a gotita cuando faltaban y ella seguía como poseída, hasta que arrancó una matita a la lejanía y la oyó.
Primero la angustia, complacerla del modo más sádico, sin luz y con sal, para hundirle la raíz y buscar que se mate, que no nazca nada en ese macetero repulsivo. Después vino la otra, francesa, j’ ne parle francais, mon amour, ¿De qué vas a vivir? Y arrancamos la raíz nunca desarrollada, a pesar de las súplicas, a pesar de todo el fervor.
Para volver de nuevo a ver la rosa que florece mientras ella se esconde en un casillero, al costadito y sola, para decirle que no, que esta vez no le va a dar de beber y ella está de acuerdo, tomó más fuerza, se cree quién sabe que cosa, que va a seguir si todavía no vimos el tallo. Y qué diez años son mucho y quién sabe de donde sale, ahí con esa mañana tan verde y el olor a cigarrillo alrededor de su prado personal, circulando a travéz de los pétalos sin buscar camuflarse, borrando la cobardía y ya no le importa, no le importa porque Tantalia…

Tantalia se esconde tras las confesiones de esta máscara.

Apenas tres retoños, de lo que debería ser la angustia.

Rapsody in blue.

Cómo nadie, me hablabas de ti.
Caricias inequívocas sobre atardeceres que desvelan el rojizo cielo.

Consentimiento de la gata maullando, en su monocromo coral.
Cabellos que aún intactos, descuartizan la soledad.

Sin sentido, como nadie te habla de nosotros.
Dialectos ronroneando al alba, melancólicas alusiones del deseo.

Cual dedos contra la mirada, contrariando el aire que falta.
Su boca entreabierta mientras maulla a la noche.

Cómo a nadie le habla del pecado,
Situaciones de corola, ameritan las rosas que se perdieron entre las ideas,
maullidos que aún en tus manos, han gemido para corrosionar,

Vuelve el aire, aún te recuerda,
entre manos que gemirán,
las caricias no me olviden,
los maullidos que volverán.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Cu en to(4 en clave de 0): Maniqueen

Y se fue diciendo quién sabe qué cosa.
Julio la conocía, si la conocería. Una pendejita, de cuarta edición. Putita. La boca tan voluptuosa, los senos tan duros. Las piernas tan atléticas y esa fragilidad camuflada dentrás de los caprichitos.
Habría que verla cuando se le metía algo en la cabeza. Rompe huevos. Las manos y esos dedos largos, las uñas de rojo, las horas mirando sus pupilas congeladas por la luz que no la zozobra.
Empezaba con sus manos, despacio. Iba duro y parejo a lo que quería. Y lo encendía, de a poco, daba vuelta el círculo para el lado de la perdición.
Después que esto y que lo otro y que quiero y que sabe, qué si no la complacen… Los 125 gramos endulzados y la tablita del dos. Los dedos enmantecados, la leche tibia en los labios tibios.
Las manos ahí, tocando quién sabe que cosa y empezaba a moldear. Bañada en blancura enharinada.
Primero de abajo y de a poquito subia, la muy perra. Qué si ladraba no, aullaba la loca.
Así, lacónica. De repente en silencio. La nueva galaxia estallaba en silencio; y ya sabía, el próximo pasó premeditado. La cajita de fósforos.
A un costado.
Qué si los pierde, mamita.
Los vuelve a olvidar y será de saber que la puta madre, que no va a hacerlo, otra vez, de nuevo. Si la conocía. ¿Y si la conocía?
Otra vuelta de tuerca, porque estaba el espejo.
-Yo solo te quiero mirar, no hay nada malo en eso, y cuando te duermas, para cuando te duermas… -le confesó
Malditos sean. Le habían avisado, la habitación sin espejos, mucho menos en el techo y la perdición de mirarla todo el día en el espejo. Así, alta y tiesa como casi muertita. Nunca cerraba los ojos. El cachorrito sumiso aullando otra vez. Qué el decimocuarto capricho, el decimocuarto piso y el olor que iba por los pasillos alterando a todos, menos ella, ahí pendeja, ahí, quietita, encontrá la cajita de fósforos porque los ojos. Esos ojos que se empiezan a poner vidriosos a través del espejo.
El cuentagotas para bajar la ansiedad. El oxígeno que empieza a faltar y ya empezó hace rato. El primer mareo del día y no hace frío pero tampoco calor y falta el humo.
Dale, dale, prendelo que me pierdo en el retrato. Dale, seguí, vos amasá, vos dale muñequita de torta, seguí.
Y los putos fósforos qué a dónde están y correr por toda la habitación pero las piernas que ya no responden y la mirada perdida en el maldito espejo y ella que no puede decir que sí, así, siempre lacónica y aulla y que si es la perra de la vecina avisando o acaso ella con sus ojitos vidriosos y clavados en un solo punto que se empieza a emancipar por todo el aire y empieza a reemplazarlo despacito y luego rápido con sus manos. El frío en su piel que no se sabe si hace frío o hace calor pero ella así, tan atérmica. Tan puta la pendeja. Tan perra y por ahí se escuchan los aullidos, el llanto que viene y que la hace viva y entonces sabemos que existe, entonces sabemos que alguna vez lo planeó, premeditadamente. Pero ahora se queda solita y va a parar detrás de un vidrio, con la mirada perdida buscando a la próxima víctima que la vea, sin saber que sin calor el plástico no se derrite y ella, que dejó prendido el gas, sin fuego alguno, mientras Julio lo sabía. Desde que la vió, atravesando el espejo.

Ahora la dejaba sola.

110.

martes, 8 de mayo de 2007

N de la R a M

Caos en concreto, sobre la delicada mirada estibia
Las alianzas de tu delicia
Reconstructor orificios
De tu irradia melodía
Palabras que aún quebradas
Prevalecen el encuentro,

Dichos, aun no ciertos
Que han cerrado censuras
Cerraduras que sin llaves,
A la huida a andado

Andamios de las esposas sin cárceles
Novelas de ambulantes inhibiciones
Versos que a un escrito escrituras
Sinologías de alrededores.

Alrededor de tu cintura,
Mis besos aún no escritos,
Llaves que sin cerradura,
Ya ves? Lloverán a abrirse.

What shall we do to fill the empty spaces?

Dedicado a Andrés (Campe)

Shall we lern how to die and rebirth?
Shall we start to share the tears?
Could I learn how to fly?

What shall we do to share the wings?
Must I learn how to write?
Should I frustrate the emptyness, riding back without turn back?

What shall I do without a horse?
Climbing left, with all my rights,

Shall I miss all my words?
Missing a world within a mask.

Why have I left my entire hole?
Now closing up my mind

What shall we supouse to do?
Not to kill,
Not even if we already died.

The cure to sadness

I could lose emyself on the letters
I can walk all the night
Si es que la noche disfusa me pierda
Me perederé mañana
A la vuelta de este funeral

Gente que tipea
Días que no volverán
No podré decir que no,
A nadie excepto a ti.

Memorias recuerdan,
El blanco que escarbarán,
Luchando al odio
Hacerlo a la mar

Nunca más pura
Desde días que ojos,
No formarán.

Me puedo perder en mis letras,
Me puedo perder en la oscuridad
Más regresa en la ironía,
No podré decir que no,
A nadie, menos a ella.

The un castlle

Castillos sin paredes
Luces morrtecinas se apañan
Tras iris sin arco
La soledad del agujero,
Mañana,
Las lilas infertiles
Gemiran,
El primer humo del día,
Sophisticada dama,
Centella la nada.

Vuelan otra vez al castillo sin paradas,
A ella,
Su nombre solapado,
Tras el libro camuflado
Por rosas aun infloras,
Florece la soledad del agujero,
Quebrando amurados
Gemidos.

lunes, 7 de mayo de 2007

Citas ajenas, con gente con la que me gustaría tenerlas (Parte I)

"Había algo entre el sol y sus cabellos, y él no podía explicarse bien qué cosa era..."
Alfredo Bryce Echenique

"Mi imaginación y mi sensibilidad no se conmueven ante la naturaleza, y los libros me causan tedio. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada"
Goethe

"Desperté cerca de las nueve de la mañana. Ya no había sol. Por la claraboya se divisaba el cielo encapotado, color panza de burro, el eterno cielo parisino. Ella dormía, dándome la espalda"
Mario Vargas Llosa

"Ya el sol bajaba y el cielo tomaba un matiz de oro rojizo que prestaba a los lirios la magnificencia de las rosas"
Hans Cristian Andersen

"El poeta, en el mundo desterrado, /fue siempre semejante / al albatros, que ríe de las flechas / y ama las tempestades... / intenta en vano caminar: sus alas / son demasiado grandes"
Charles Baudelaire

"Tal vez si el futuro existiera, concreta e individualmente, como algo que pudiera discernir una inteligencia más aguda, el pasado no sería tan seductor"
Vladimir Nabokov

"Y así, sin que nadie haya pronunciado sus nombres ni haya tocado sus cuerpos agobiados, decienden otra vez al misterio de la cama, tras haber cerrado los postigos para dejar atrás el día, un atardecer más"
Ernest Hemingway

"Rejas de color canela; trozos de ladrillo amoratado, como coágulos de sangre; y, por fin, los escarceos de la luz y la sombra en todos aquellos ángulos cortantes y osquedades siniestras"
Benito Pérez Galdós

"El cielo se cubrió de plomo fúnebre, el aire se hizo más fino y penetrante, y el silencio comenzó a tomar formas cuando estalló en las calles un griterío salvaje"
Arturo Uslar Pietri

"Esta noche, pregunta algo que sea contestado en el mundo sin palabras"
Andrés Eloy Blanco

"Dormí una noche en la canoa, balanceándome, mirando la estrellas que para esa época estaban empezando a amarillear"
Juan José Saer

"¿Qué les queda por hacer entonces, más que sentarse cuidadosamente al borde de tu cama, mirando de soslayo la prisión de luz que ha traído la mañana?"
Ernest Hemingway

domingo, 6 de mayo de 2007

Dionisia, Selene &

Opaca mares,
amanece estigma, de sus reinos pares.
Conversa suburbios, a su dama sabe,
la verá en masoquismos,
de sus reinos pare.

Acéfala noche de su besar suave.
La soberbia irradia,
infortunios usuales.
La agonía innata,
cual astros se atraen,
blasmea a la noche,
que corrompa a los mares.

Ella escandalosa,
tras rayos astrales
le figura la herida

Ocaso,
los lunares.

Se, To not tones

I’be an all
I’ve seen the dak and the brightness
I one little lady
I haven’t seen it all
There’s more to see
The moon in the dark
The sky behind eyes
The crowns behing trees
The wind behind crowns

The world turning back
The words corroing minds
The eyes beeing so cruels
In freaks up sparring,
I belive
Eclipses turn arround
To devastate sensibility
I haven’t seen it all
There is more see.

(S)ex

Designios obsoletos de la furia
Ilusorios andamios de lujuria
Ella encerrada tras los muros demuele,
El aire que corta,
Rayando tatuadas venas,
Sinapsis de la memoria
Los obtusos versos imprimen la historia
Tras macabros ilusos,
Escondidas tentaciones…

Y el deseo te lleva
Al oscuro final,
Donde ella quizo ir siguiendo el instinto
Olvidando sus besos
La memoria hizo sinapsis
Cuando deshizo las horas

Ahora, ya es demasiado tarde.
Te volviste ajena.

Perdón, es un verso demasiado corto.

Cu en to(3): El asesinato perfecto

Se levanta a las 8 am y le dice que todavía no ha llegado la hora. El ahora es demasiado tarde. Busca bajo la cama, la media sin pareja. La coloca en su pie izquierdo, recordando cuando lo besaba. Escucha un trueno sobre el cristal. La miran de reojo, volviendo a ver si el tiempo la ha correspondido. Se vuelve a levantar y gira por séptima vez. Le recuerda a las agujas, gritando a la inesperada noche. El tic de la habitación a obscuras. El tic que siempre tuvo. Tácito no puede escribir el sujeto. Toma la muñeca y mide su pulso. No hay sangre.
El médico le dice que es improbable que viva un minuto más. Ya había cortado el teléfono cuando oyó su voz.
-Dentro de un minuto –le dijo.
Salió a esperarlo. El ojo en auje dilató sus pupilas. Tomó la navaja y lo decidió.
-¿Lo has visto? –preguntó.
Quizo murmurar que no. ¿Para que mentir ahora? Si ella ya lo sabía. Volvió a desnudarse. La piel se le desprendió, sorpresivamente, del cuerpo. Lucía a gelatina hecha hace tiempo. Puso los ojos en blanco.
-Sabes que siempre pasa lo mismo, ¿Verdad? –dijo él.
Quiso decir que no. Quiso mentir. Pero las ruinas estaban por encima de sus leyes.
-Podemos congelar –sugirió.
Pero ella vió que el preparaba el escarpelo. Si tan solo no lo hubiera visto ahí, sentado. Si tan solo no hubiera estado tan sola y no hubiera salido. Lo hizo una vez ya, lo recuerda. El animal preparaba sus garras mientras ella agarra el teléfono desesperada. Llama al 113 pero no tiene crédito. No. Sus palabras se perdían ahí. Rebusca en sus bolsillos y encuentra el periódico de la mañana. Avisos clasificados y una nota que dice que la hallaron con la mirada perdida.
Tan sensual se lleva el escarpelo a los labios, como si se embebiera en la sangre de su lengua. Ella solo quería mirarlo. ¿Y si se lo sugería? Quizás esta vez…
-Arrodillate y mirá el piso –le ordenó.
Ella mustió que la perdone, que no quería ser tan adictiva, pero tuvo que volver.
Los perros en la lejanía aullaban mientras ella gemía en sus dedos sobre el cuello. Recordó el sobre y la fecha. Le daba cuerda, como los mejores.
-¿Por donde querés? –le dijo tratándola como un objeto.
-Ahí –respondió lacónica.
Gimió mientras el embebía su espalda de sangre. Quitó el envoltorio despacio.
-Te tengo una sorpresa, de las que sé que te gustan –le dijo provocativo.
-Probátelo.
Sacó una prenda del armario, el segundo vestido ocre.
-¡Más blanco! –gimió ella.
El tomó el escarpelo y ya sabía donde. La abrió de piernas y coció su boca con un beso.
-¿Escuchás la sinfonía? Melancolic Blues –dijo con sus labios endulzados en el blanco de su piel.
-Parece sonata a la noche, parece a los lunares en mi espalda, el cielo estrellado –dijo con su respiración entrecortada.
-¿Sabés lo que van a decir mañana los diarios, no? –le cuestionó seriamente.
-Sí, sí, sí, sí – dijo melancólica y exitada.
Él tomó la navaja y ya sabía donde. Era él último tajo.
-¿Alguna pregunta? -inquirió
-La hora –dijo ella.
-7:59 am–respondió.