Alice in der land

Alice in der land

sábado, 3 de marzo de 2007

Cu en to2 (m3ente): Adulterio.

Dedicado a vos.

Podría ser que el autor esté loco. Quizás un día deliró un código, 3h 1979. Está en un departamento, escribiendo estas palabras, San Juan al 1379, dpto H, piso 3, pero ya murió hace tiempo y la casa fue demolida. Se llamaba Jorge y conocía a los Delarze. Distinto de su ascendencia, tenía anteojos y barba, fumaba habanos por la mañana en su casa de tres habitaciones, quizás se covertiría en el hotel que nunca existió. Se levanta y abre la ventana, escribiendo su diario matutino en su cabeza.
Hoy no hay aves.
La leche está fría.
Nora vino, hicimos el amor monótonamente como cada noche, pero todavía no reclamó.
El nene de mañana a las 4 me vuelve loco con su llanto.
Vanesa tiene HIV.
Extraño a Natalia.
Y yo también.
Me despierto y me acuerdo, J, que el café me gusta preferentemente con Bailey's y crema y soy amante del té tibio. No cerrés la puerta tan fuerte cuando te vayas del hotel a las 6, para que ella no se entere.
Y si se enteró es su problema, Nora no hace reclamos pero yo me voy urgente, es 28 de Octubre a las 12 en punto: Timbre en el neuropsiquiátrico.

Esperame que ya te atiendo, me tengo que desvestir.

Cu en to1 (2): En la ciudad de la casa

Dedicado e inspirado en J.Cortazar, de tu gran admiradora, Natalia.

Llovía sobre sus paraguas negruzcos, marrones y grisáceos. Era la hora de la comida y el cielo ya se cincelaba rosado. Vió que él se iba para que se ocupara la casa de al lado con tres nuevos vecinos, dos menores y uno mayor que ella aún no había visto. Solo sabía lo que era ser la menor de dos cuando llueve. Apuró el paso para ir expectante a su mesa. Otra vez la pobreza ponía lechuga con pan en el plato.
Al menos pan, para alimentar a las hormigas, viendo como se disputaban los pedazos las negras, cuadruplicando el tamaño de las rojas que a duras penas levantaban las migajas diez veces su peso.
Hurgó por todo el jardín en busca de aquella que comería la lechuga, la única de sus tres tortugas que había decidido no enterrarse en invierno, pero jamás la encontró.
Miró el cielo que ya amarillaba, el frío que calaba los huesos y decidió ir, antes de que enrojezca, a su terrario de tapa rosa, en el que atesoraba 32 caracoles pequeños. Les hechó un poco de pasto y regó con agua su tierra reseca. Se apresuró a buscar un nuevo integrante porque el cielo ya empezaba a gotear. Encontró un candidato bajo un banco, el más pequeño de todos, al que puso en reemplazo de otros dos mayores que sacó. Ya era hora.
Corrió dentro de la casa para no mojarse, sus dos hermanos no estaban. Intentó advertirle a los vecinos, pero no tenía las llaves de la casa. Subió corriendo a su habitación, para observarlos por la ventana, por última vez mientras el cielo rosado bañaba sus cabellios, y ellos cerraban sus ojos para dormir.