Alice in der land

Alice in der land

sábado, 26 de mayo de 2007

Lágrimas en mí

(Lacrimosa - Cruxifijo)
Una campanada a lo lejos
El tiempo de esas sonatas que se parecian a estas mortecinas luces,
En mis ojos

Un camino que se hacía silencioso de a momentos,
Las cruces sobre un camino de clavos oxidado, hacia arriba

Despacio,
Marcas y huellas
El demonio cantando las 10
La 10 y 30, danzando

Vuelven, remitan, excusan

Sin mares,
Las parcas del sonido,
Sin noches,
El sonido de nadie

Debe ser inocente,
Balbucéa algo que no es voz a lo lejos,

O debe ser la culpable,
Dice firmemente una voz en mi cerebro.

Si lo canta entonces, Alemán a tres palabras,
Si lo mata entonces,
Que ella no entiende
Qué la Vida en Muerte,
No supo vivir.

Mi única Vida,
Es vivida cuando no hay tiempo,
Cuando los mares son sonidos de míos,
Cuando los míos son sonidos de nadie,
En mi única,
Voz que ahora dice,
A tres voces o a tres palabras,
La raja de ninguna de esas,

En nada dicen
Mí única vida,
Cuando sola viva,
Los caminos sinuosos,

Deine rauch.

Entonces canta, el albatros de la memoria y suave juega, a morir de nuevo las horas, a reclamar el reloj agonizante, como estigmas de las noches melancólicas que en su quietud vuelven a cantar,

Mi única vida,
Es la que es vivida ahora.

jueves, 24 de mayo de 2007

La continuidad del relato

Qué no me lo van a creer carajo.
Cómo si solo fuera fruto de estas letras, o de esas letras que van y que vienen y que encantaron un relato, unos tantos relatos en búsqueda. Imaginando el ómnibus, sacando un boleto de 0.75 o una estación en Montparasse.

París queda lejos, eso sí, pero los nativos Argentinos tenemos esa cosa, de subir a un ómnibus o a un subte y dejar que pasen las estaciones, viendo venir a toda esa gente, unos tantos rostros que quién sabe si escribirán en búsqueda de encontrar 0.70, 0.75, 1.25 a lo mejor y quién sabe esa sea la cifra y haya que bajar juntos en esa estación.

Me subo a un 0.70. Las miradas posadas en mí, la mujer que sube la mirada como buscando otra mirada hacía arriba, coalisionando dos miradas que estaban perdidas pero que al llegar relataban un encuentro en un 0.70, taxi libre en cada mano no, porque el taxi es individual y carece de encuentros, entonces se abre la puerta del subte y tengo La razón entre mis manos, la remake de otros tiempos, escritores que fueron y vinieron sin que pudieramos cruzar palabras pero ahora hay otros y yo busco a un Julio o a una Alejandra o a un Edgar sentados a mi lado.

En frente, en la barra, ella escribiendo algún relato desconocido. Sus cabellos negros y sus enormes ojos indiferentes, escondidos detrás del humo del habano, redactando como poseída alguna cosa obscura que denota el brillo en sus ojos, la tristeza y la corrupción de la insoportable no levedad del ser. Estación Plaza Italia y ¿la dejo bajar o la sigo? Pero dejo que pase, es así, se tiene que ir para no saber que nos cruzamos otra vez, alguna vez se cruzará con mi relato sorprendida de que fue ella adelante mío la que inaguró las letras o él.

Se sienta, a mi lado, ejerciendo un poco de presión.

Primero no reparo en sus ojos que reparaban en los míos cuando estaba parado a mi lado, moviendo ligeramente la mano del guante sobre mis muslos, yo moviéndome incómoda sin saberlo y luego me siento y luego se sienta él y repara en el diario y lee quién sabe que cosa, como haciendo ademanes de interés desineteresado en las letras de otro, el diario del día y el día en el que él me leyó.

-¿Quiere usted mi diario? –le pregunto, con la cortesía habitual.
-Oh no, por favor descuide, solo fue un error mío posar mis ojos en su lectura, no quería incomodarla –replica.
-No, por favor, ya lo he leído, ¿vió la concentración de trabajadores en los trenes? pasa usualmente, es un trabajo esto de andar posando la vista en esa gente, que va y que viene y uno intenta dilucidar cuando encuentra…
-Está bien, gracias por el diario, lo leeré. ¿Usted baja en estación…?
-¿Sabe? No tenía estación, solo había subido para… bueno, usted sabe, escribrir es una rutina usual, hurgar en la ciudad en busca de miradas sobre los diarios y las letras para luego… Bueno, ¿usted donde baja?
-Podríamos hacerlo aquí, hay una buena confitería cerca.

Se cierran las puertas. Pasa otra estación y veo entre su mochila una suerte de escritos. Hago un ademán de bajar y el también se para. Me sigue, sigiloso. Subo las escaleras, no las mecánicas sino las solitarias, en búsqueda de alguien que tome la misma elección.
Escucho sus pasos en la lejanía, sigilosos, pensando si él quizás…

Quizás él no me dejó bajar y esfumarme en la ciudad, cuando oyó que yo escribía, sellando la boca para replicar “Yo también”. Lo curioso es que lo había escrito, el con cabellos castaños y ojos profundamente negros, solitarios, eligiendo las escaleras desnudas a diario en el trascurso de recorrer la ciudad en búsqueda de letras que lo relaten.

Salgo, lo pierdo de vista o quizás solo dejo de escuchar esos pasos. Busco rápidamente un café cercano para escribir esto, escribirlo a él para que alguna vez lo sepa.
Me ubico en la mesa más lejana, aquella que sé que estará vacía casi a diario, ocupada solo por ocasionales amateurs de la escritura que sellan sus impresiones de un momento, cuando husmean el aroma a café lejano y piden uno para sí mismos, ocupando su tiempo en las letras y de repente la mochila que se ve a un costado, sola.

Quizás haya ido al toilette, pienso. Quizás no debería pero… Me acerco y recuerdo esa mochila y no estoy demasiado segura pero se parece. Debería de haber preguntado un nombre, porque es similar a la mía pero en colores masculinos y fríamente calculada en su presición de comenzar mi taquicardia y el nerviosismo de esa misma mochila qué… No debería. Me rehuso pero veo esos papeles escapar cual senos rebosantes en un escote haciendo una llamada sigilosa y, también, premeditada. Me apresuro a tomar los papeles sin que nadie observe mis movimientos.

La mesita de al lado.

Los pongo contra mis manos, los tomo como poseyéndolos, temerosa de leer entonces una fecha.
Hoy 24 de Mayo y ese escrito es del 24 de Abril.
“Una señorita pelirroja leía el diario y él posaba sus ojos sin querer decirle que la había pensado, entre la gente que va viniendo y yéndose de un momento a otro por esos subtes de 0.70, que podría haberse llamado Adriana y nunca le pregunté el nombre y de repente era ella, sentada leyendo La Razón, con su tono cordial e indiferente pero sus pensamientos posados en el autor de este relato sin saber de este relato, con sus ojos profúndamente negros y el maquillaje fuerte, la ropa negra y roja y los zapatos charolados que deslumbran esas piernas cruzadas y los papeles sobre sus piernas mientras que el autor sabe que es ella la que leerá luego su relato para enterarse de que fue escrita antes de conocerla, en una mochila misteriosa sin nombre, sin autor de este silencio de saberse pensada desde antes, encontrada y abandonada así como lo fue quién escribe este relato. Las traiciones que se pagan con traiciones y los genios que dejamos pasar a diario, pero quizás ahora solo le quede la profunda tristeza de unos papeles desnudos de autor, para escribirme e imortalizarme así como yo la inmortalicé y recordar mis palabras tatuadas ahora en su mente, para irse sin haber terminado este café, sin haber terminado esa conversación, sin haberme conocido nunca”

Dejo la hoja y leo el relato sobre la otra mujer, de cabellos obscuros y ojos enormes, redactando alguna cosa obscura y… me levanto, hago ademanes rápidos de encontrar al dueño de la mochila apoyada en la mesa de al lado.

-Mozo! La cuenta y digamé quién es aquel que se sentó a mi lado y… -le digo casi en súplicas.

-3.70$ me dice. ¿Lo pregunta por esa mochila? No había reparado en ella. ¿Le pertenece? –me dice

-Compunjida por no haberle preguntado al nombre, replico que sí, que es mía, que siempre lo fue desde que este relato comenzó –le digo.

-Muy bien señorita, aquí tiene su vuelto –dice con su señoral voz.

Subo. Voy al baño. Busco.
Recorro las calles otra vez, en búsqueda de aquél que podría haberse llamado Julio pero nació luego bajo otro nombre, vuelvo al subte y suplico a la ciudad no bajarme en la estación equivocada.

Los vagones vacíos y la gente leyendo sus diarios. Poso la mirada sobre aquella mujer que lee La Razón a mi lado.

-Disculpe, ¿por casualidad usted se olvidó una mochila violeta? –me dice.
-Yo…
-La he estado observando escribir durante varias estaciones, hasta que se topó con un hombre que llevaba una mochila similar a la suya, y bajó. Yo solo estaba viajando estación por estación, en búsqueda de alguien qué y quizás…
-Yo me bajo aquí –replico.

Y le dejo, le dejo la mochila porque sé que ella quizás se llamaba Virginia, lo sé por sus cabellos rubio ceniza y por este relato dentro de la mochila que leerá para arrepentirse por no haberme seguido, por ese corruptor aire de intromisión que me agradó ligeramente, para que alguna vez lea este relato y se lea a sí misma y esté en un 0.70 y no deje bajar a aquel que, ya sabé, se impregnará en la duda de qué habría pasado si tan solo tomaba un café.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Crónica de una muerte soñada

… no es una crónica detallada de los acontecimientos, no, señor oficial, es sencillamente un sueño, que si no hubiera llamado nunca para contarlo ahora, no, usted no comprende, no fue una amenaza ni mucho menos, nada que ver con lo que usted piensa, no, por favor, le juro que soy inocente, ella fue quién cometió el crimen, yo solo, yo… no. Está bien. Soy culpable… sí. Dejelá, solo eso. Dejelá que llore en la almohada sola…

Suena el despertador a las 9:30 a.m.

Me levanto sudada, agitada por el suceso. Parecería que nunca fuera a darse cuando se da. Es siempre la misma historia, una posa su cabello en la almohada y esos pelos se enmarañan rebuscando la escena.
La quiero llamar para contarle urgente. Quiero oir su voz y cercionarme de que solo es esto, todo fruto de mi imaginación, todo cuestión de alguna cosa pasajera, nada premonitorio, que esto no es usual, que no es siempre la misma historia y nada más, porque otra vez los medios dirán en el noticero de mañana que se sospecha por una llamada y creen que… creen que todo fue premeditado, que yo fui la que rompió los límites de la cordura y no, mi amor, nada que ver, yo sé que no hay nada criminal acá, que solo fue un error temporal de tus manos.

Me levanto y me visto suavemente, meticulosa en mis movimientos que quizás cambien la historia para culpabilizarme. Sin duda la culpable, eso te callaste ayer por la noche, que si yo te descubriera vos ibas a… y no, sabés que no quiero, sabés que no sucedería porque solamente es un sueño, como cualquier otro, como ponerme ahora los zapatos taco aguja y salir a hacer un poco de ruido en tu mente, para susurrarte una vez más que seguís siendo mía a pesar de todo y las rejas.

La llave en la puerta, salir para quizás no volver e ir a un locutorio a preguntarte, que lo confirmes o no lo confirmes. Qué confirmes esto o lo otro. Lo que vos decidas, la historia es tuya, sos la que la escribe en los besos y los senos de ella o la que la calla y ahí la culpa.

Camino recto por esta cuadra, dudo unos insantes antes de cruzar en frente. Pero lo hago. Cruzo. Teléfono.

Suena una vez. Un timbre pero no el de tu voz. Vuelve a sonar, dos, tres, cuatro, contestadora.

-Habla Milena, ahora no puedo atenderte, por favor… -oigo.

Por favor respondé y decime que no, que no es así, que yo ya sabía que vos y ella pero vos sencillamente preferís ocultarlo. Milena, dale, respondé carajo.

-… dejá tu mensaje, te responderé a la brevedad –es el fin.

Respiro hondo y te cuento.

-Milena, ayer soñé que te llamaba y oía tu contestadora mientras veía más allá, tus manos en las de ella, tus dedos sobre su humedad, sus senos rebosantes en tus labios, los labios que me dan el sí para luego voltear negruzcos en el engaño, para dejarme en la soledad de mi casa sin todas esas promesas que ahora estás quebrando. Me oís. Parás. Ella quiere tomar el teléfono y decírmelo pero vos te negás. Ahora tus uñas raspan sus brazos, forcejeando para que ella no me toque las palabras, para mantener el inmaculado silencio del engaño y luego volver al pecado, pero ella insiste, mientras tomás de la mesa de luz una cuerda y la ponés por entre su cuello, quién sabrá que querías hacer, quizás volvés al pecado original, quizás pecar esta vez en serio, para callar sus amenazas de corromper nuestra perfección, para silenciar su histeria femenina y dejarla de una vez por todas, sus amenazas de amante frustrada, el lugar que quiere ocultar, su última amenaza de que va a matarme algún día. Pero vos me amás de esa manera tan pródiga que ahora me protegés, entretejiendo esa soga entre su cuello, oprimiendo más y más mientras ella entreabre la boca entre la falta de oxígeno y el placer, mientras vuelven a andar solas, para que vos la alejes de este teléfono en este momento, para que yo vaya luego, con las manos enfundadas en sangre, con el odio hirviendo entre mis venas porque corrompe nuestros códigos, se esconde detrás de tu sucia miseria de la mentira, destrás de esa falta de respeto a mi persona. Te juro Milena, que la quiero matar yo también –escucho el bip.

Corto.

Ojalá se pudiera borrar el mensaje a tiempo.

Ahora ya lo sé. Los ojos desorbitados, el cuerpo impávido, una soga sucia tirada al costado de algún callejón lejano. Milena lavándose sus manos decorosas, pasando esa agua cristalina por las manos que amo y los dedos que podrían estar tras las rejas pero no permitiré que ensucien su nombre.

No, milena, no. Volvía a suplicar anoche. Por favor, hablame, decime que no, mi amor. Volvía a suplicar.

Vuelvo a marcar el número. Ahora está desconectado el teléfono, ahora ya el pasado que era futuro se convirtió en presente. El pasado forjó al presente del modo más aterrador. Leyó mis labios mientras le hablaba a la distancia sus actos, como si la conocería demasiado, como si todos estos años no hubieran sido en vano y sus ojitos melancólicos no pudieran acaecer al pecado tan facilmente, pero menos fácil es una confesión.

Empuño mis manos. Tomo un taxi. Suena el celular.

Su respiración entrecortada.

Le digo que no se preocupe, que ahora yo veré sus ojitos desorbitados para tenerle lástima, que ella vaya a tomar un buen licor mientras que las rejas relatan el final del sueño y ya sé que decirle al oficial, entre la duda de mi inocencia callaré que te amo tanto como para tener la culpa de perdonarte y dejarte sola llorándole a la almohada y culpándola por haberlo soñado.

martes, 22 de mayo de 2007

Good tears don't

Dentro de tus ojos,
Anestesia coagulada,
Mirada perdida en puntos esporádicos,
Luego, alcalinidades neutralizadas,
Voces enmudeciendo las lágrimas.

La habitación obscura refleja,
El susurro de otro.
Antes que él, el llanto de un extraño
Reflejando las voces,
De anestesiados gemidos,

Si es que llora entonces la muñeca,
Si es que llora lloran los cantos,
El extraño encendiendo el cigarrillo de sus palabras,
Consumiéndose como se consume esta noche

Por favor, perdoname que no susurre lo que quiero decir,
Enmudecidas noches que no quiero gemir,
Susurros que han de morir acabando acá mismo.

Pero recuerda,
Que nunca lloro.
Pero recuerda,
Que nunca termino de pensarte.

Bajo la ausencia,
Se esconde el azucar,
Para quemar las fantasías,
No llorará esta noche.

Don’t you cry when you see the lonlyness?
Just say I love you baby.

Please don’t cry.

lunes, 21 de mayo de 2007

(S)ex again.

Recubro mis manos de las miserables cenizas de tu muerte en no llanto.
Lágrimas evanescidas por la crueldad,
Una palabra nace y vuelve a morir,
Tu recuerdo nace y vuelve a morir con una palabra de otra,
Besos que no asesinan tu muerte,
Besos que asesinan tu vida,
Los besos que otro roba de entre mis manos,
Cayendo debajo y volviendo al afluente,
Volviendo en forma de lluvia,
Cayendo sobre mi rimmel,
Ennegreciendo mis perlas negras que te miran lejana,
Tras el espejo agonizante,
Los besos que te escatimo,
El odio que te tengo porque no me son indiferentes,
Las cenizas de tu muerte en no llanto.

Remake

Aves en el lirio que me roza la alcantarilla
Por ahí escapan los líquidos de mis labios embebidos en suciedad
¿Serán labios los líquidos de las palabras sucias?
Labiales corridos y las palabras que liquidan la métrica.
Poemas sucios, el canturréo sucio de un desperfecto técnico.
Solo balbuceando “labial corrido” por entre sus manos.
Las manos que tocan la hora como marcando el pecado.
Los gritos gritando ¿Serán gritos mis gritos sin espectador?
La comisura de los labios sugiriendo ¿Serán palabras sin voz?
Sin vos enmudecida.
Giro sobre remanencias,
el tiempo remanente.
Intento danzar sobre la luna y otra vez de vuelta.
¿Existiré, chiquita y sucia en tu ausencia?
Ausente y solo escucho un reloj,
el reloj que marca el tiempo muerto por sus sucias palabras.

domingo, 20 de mayo de 2007

Selene.

No es un sol sin sombra
Sombra sin sol.
Envolviendo en calor las gotas que no recorren el cuerpo,
la noche que golpéa,
perpleja,
la luna inhabitada por inhóspitos recuerdos.

Luna de luz ajena,
Selene perdida en estos trazos,
escondida tras el recuerdo,
dando cuerda a la imagen de lo que hubiera sido,
Selene enaltecida y el éxtasis de las estrellas en coalisión.

Un momento.
Sentarme.
Observarla.
Ver el humo de mi cigarrillo consumiéndose y a ella ajena,
intocable,
jamás mundana,
jugando con oscilar mis intenciones,
quieta,
perpleja.

Ahí, quedate quieta, no te escondas, no susurres, no te muevas.

Quedate iluminándome con tu ajena luz,
para poseerte entre letras,
para retenterte acá.