Alice in der land

Alice in der land

sábado, 23 de junio de 2007

La belle necrophilie

Solicitamos que usted se acerque a la mesa seleccionada con un número.
Muy bien, un número entre el 2 y el 10. 5. Veamos. Mmm asfixiofilia. Muy bien, agáchese! Bien. Sumiso. Como un perro de Ama. Collar de ahorque. Bello, fino, tomándolo y controlándolo marcado en la decisión de control. Ella lo tiene, el es de ella y nada puede hacer para oponerse. Ella tiene el poder, el pierde los hilos de la decisión, deja caer todas sus partes en la coherencia de ella. Lo mira. Se miran. Parecería una distancia raíz del desconocimiento. Pero no. Algo más fuerte los penetra, un algo llamado desconfianza. Porque el sabe que ella, tras su rimel perfecto, tras su tigresa mirada, esconde algo, ese algo: ¿Hasta donde crees que llegaría? Ella ajusta un poco más el collar, y su víctima lo sabe, lo sabe porque entreabre la boca, presa de un orgasmo, comienza a elevarse, su respiración se agudiza, entrecierra los ojos y baja, baja repentinamente, la cadena se aleja de su fino cuerpo para indicar: Hasta aquí has subido, víctima de tu codicia por seguir hasta el infinito, hasta el estallar del alma, hasta el perecer del ser.

Entonces piensa: Que saque el dos.

Sí.Sale, como designio del destino.
Necrofilia.-

Entonces traen a una dama, ojos cerrados, piel azulada, cara tersa de dulce joven, lacios cabellos rubios. Se acerca. Pide un cuchillo. Danza sobre su piel con la punta del mismo y de repente la imagina viva. Todo en ella se despierta, los colores se abrillantan, la temperatura aumenta y entonces, lo dice.

Lo dice.

-No puedo hacerlo –dice cabeza gacha.

-¿Por qué? –le cuestionan.

-Es la obra de arte más hermosa que mis propios ojos perplejos han tenido la gloria de contemplar.

-Bésala.

Ella se acerca y palpa sus labios. Se siente frío. Siente, de repente, a la gélida muerte seca tras las paredes de su carne.

lunes, 18 de junio de 2007

El nigromante y la sombra de la lectura

El Sr.Dimendi estaba en su alcoba, usualmente abocado a su lectura vespertina pero sabiendo, certeramente, que ese no era solo un día como cualquier otro, porque había una sombra nueva entre las cortinas, una sombra que se movía cuando el se movía, que se alejaba cuando el se acercaba, que se reía cuando el lloraba y con la novela, con la novela la sombra iba actuando, hoja tras hoja, la cálida lectura de “El fantasma”.
Ni bien iba pasando las páginas, la sombra reflotaba en la alcoba, ahora bajaba la luz y la sombra en el techo formaba las de un asesino, un asesino fantasma, el asesino de la del dueño de casa o de la Srta. Mercedes, dependiendo siempre de lo impredecible, como en cualquier final de novela.

Por una de esas casualidades, su ama de llaves se llamaba Mercedes. Por otra de esas casualidades, la novela también decía que a las cinco en punto se iba a cometer el gran crimen, el crimen inimaginable de un espíritu que se lleva una vida con sí, una vida que podría ser la de Mercedes o la de él, y el no lo sabría hasta terminar el libro.

Decidió dejar el libro a un costado y tomar un periódico, uno de esos periódicos con números de servicios varios y ¡Oh futuro deparado! Oh a aquel futuro que estaba escrito, en el destino o en una novela, en el abrir al azar un periódico y encontrar el número de un nigromante.

La sombra se escabulló a un costado.

Decidido marcó el número de aquel hombre que desconocía y le explicó toda la situación.

-Tengo una sombra alojada en la alcoba –dijo.
-Necesito que el nigromante venga antes de las 5 de la tarde con suma urgencia –volvió a decir.

Cortó sin escuchar voz alguna en el trasfondo de la conversación, pero así estaba marcado el destino, así debía ser, esperar a que por fin venga aquel que saqu…

Sonó el timbre.

Divisó por su ventana a un hombre en traje negro, con un gran sombrero que tapaba todos los rasgos de su rostro.

-Buen día, pase… -le dijo.
-Mire, la situación es la siguiente, todo se ha tornado extraño en este punto, tanto que he decidido abandonar mi lectura por miedo a saber como finaliza esto, tengo pánico, terror, hay una sombra que se mueve tal y como mi lectura se mueve, y ahora hablan de un asesinato, un asesinato a las 5 de la tarde, y temo por mí y por mi ama de llaves y quizás… - dijo.

El nigromante no dijo palabra.

El hombre acercó el libro. El fantasma, residía en un gran libro de piel de oso, viejo, tan viejo como el diario al que recurrió, curiosamente, sin notar que quizás el telefono ya no era existente, notando que ese hombre había llegado como sonido a la luz, a velocidad infinita, misteriosamente pero todo se teñía de un misterio tal que ya no importaba mientras esa maldita sombra saliera de su amenazante posición.

El nigromante tomó el libro y arrancó una hoja. La tiró en el hogar de leña y ambos vieron como se consumía lentamente, el fuego sobre la hoja y el dueño de casa que comenzó a tener calor, mientras que la sombra se transportó hasta la sala de estar en la que ambos estaban y fue, lentamente, conviertiéndose en la sombra del nigromante, que sonreía, sencillamente sonreía mientras el hombre iba teniendo más y más calor, sin notar que un fuego interno comenzaba a consumirlo y que la ama de llaves ya no estaba desde hace varios días, cuando la sombra no era la sombra de su amo, cuando su amo esperaba esa llamada ya escrita, cuando ya sabía el final del libro, cuando su cliente comenzaba a quemarse como la lectura se quemaba, sofocado y tosiendo el humo interno de las letras negras hasta, finalmente, quedar inerte mientras echaba humo por todos lados.

El nigromante tomó el libro entre sus manos y se fue, mientras la sombra de sus pasos lo seguía, segura de que los asesinatos iban a ser un misterio que ahora estaba leyendo algún hombre en su habitación, seguro de pedir sus servicios para develar el final de la historia.