Se levanta a las 8 am y le dice que todavía no ha llegado la hora. El ahora es demasiado tarde. Busca bajo la cama, la media sin pareja. La coloca en su pie izquierdo, recordando cuando lo besaba. Escucha un trueno sobre el cristal. La miran de reojo, volviendo a ver si el tiempo la ha correspondido. Se vuelve a levantar y gira por séptima vez. Le recuerda a las agujas, gritando a la inesperada noche. El tic de la habitación a obscuras. El tic que siempre tuvo. Tácito no puede escribir el sujeto. Toma la muñeca y mide su pulso. No hay sangre.
El médico le dice que es improbable que viva un minuto más. Ya había cortado el teléfono cuando oyó su voz.
-Dentro de un minuto –le dijo.
Salió a esperarlo. El ojo en auje dilató sus pupilas. Tomó la navaja y lo decidió.
-¿Lo has visto? –preguntó.
Quizo murmurar que no. ¿Para que mentir ahora? Si ella ya lo sabía. Volvió a desnudarse. La piel se le desprendió, sorpresivamente, del cuerpo. Lucía a gelatina hecha hace tiempo. Puso los ojos en blanco.
-Sabes que siempre pasa lo mismo, ¿Verdad? –dijo él.
Quiso decir que no. Quiso mentir. Pero las ruinas estaban por encima de sus leyes.
-Podemos congelar –sugirió.
Pero ella vió que el preparaba el escarpelo. Si tan solo no lo hubiera visto ahí, sentado. Si tan solo no hubiera estado tan sola y no hubiera salido. Lo hizo una vez ya, lo recuerda. El animal preparaba sus garras mientras ella agarra el teléfono desesperada. Llama al 113 pero no tiene crédito. No. Sus palabras se perdían ahí. Rebusca en sus bolsillos y encuentra el periódico de la mañana. Avisos clasificados y una nota que dice que la hallaron con la mirada perdida.
Tan sensual se lleva el escarpelo a los labios, como si se embebiera en la sangre de su lengua. Ella solo quería mirarlo. ¿Y si se lo sugería? Quizás esta vez…
-Arrodillate y mirá el piso –le ordenó.
Ella mustió que la perdone, que no quería ser tan adictiva, pero tuvo que volver.
Los perros en la lejanía aullaban mientras ella gemía en sus dedos sobre el cuello. Recordó el sobre y la fecha. Le daba cuerda, como los mejores.
-¿Por donde querés? –le dijo tratándola como un objeto.
-Ahí –respondió lacónica.
Gimió mientras el embebía su espalda de sangre. Quitó el envoltorio despacio.
-Te tengo una sorpresa, de las que sé que te gustan –le dijo provocativo.
-Probátelo.
Sacó una prenda del armario, el segundo vestido ocre.
-¡Más blanco! –gimió ella.
El tomó el escarpelo y ya sabía donde. La abrió de piernas y coció su boca con un beso.
-¿Escuchás la sinfonía? Melancolic Blues –dijo con sus labios endulzados en el blanco de su piel.
-Parece sonata a la noche, parece a los lunares en mi espalda, el cielo estrellado –dijo con su respiración entrecortada.
-¿Sabés lo que van a decir mañana los diarios, no? –le cuestionó seriamente.
-Sí, sí, sí, sí – dijo melancólica y exitada.
Él tomó la navaja y ya sabía donde. Era él último tajo.
-¿Alguna pregunta? -inquirió
-La hora –dijo ella.
-7:59 am–respondió.
El médico le dice que es improbable que viva un minuto más. Ya había cortado el teléfono cuando oyó su voz.
-Dentro de un minuto –le dijo.
Salió a esperarlo. El ojo en auje dilató sus pupilas. Tomó la navaja y lo decidió.
-¿Lo has visto? –preguntó.
Quizo murmurar que no. ¿Para que mentir ahora? Si ella ya lo sabía. Volvió a desnudarse. La piel se le desprendió, sorpresivamente, del cuerpo. Lucía a gelatina hecha hace tiempo. Puso los ojos en blanco.
-Sabes que siempre pasa lo mismo, ¿Verdad? –dijo él.
Quiso decir que no. Quiso mentir. Pero las ruinas estaban por encima de sus leyes.
-Podemos congelar –sugirió.
Pero ella vió que el preparaba el escarpelo. Si tan solo no lo hubiera visto ahí, sentado. Si tan solo no hubiera estado tan sola y no hubiera salido. Lo hizo una vez ya, lo recuerda. El animal preparaba sus garras mientras ella agarra el teléfono desesperada. Llama al 113 pero no tiene crédito. No. Sus palabras se perdían ahí. Rebusca en sus bolsillos y encuentra el periódico de la mañana. Avisos clasificados y una nota que dice que la hallaron con la mirada perdida.
Tan sensual se lleva el escarpelo a los labios, como si se embebiera en la sangre de su lengua. Ella solo quería mirarlo. ¿Y si se lo sugería? Quizás esta vez…
-Arrodillate y mirá el piso –le ordenó.
Ella mustió que la perdone, que no quería ser tan adictiva, pero tuvo que volver.
Los perros en la lejanía aullaban mientras ella gemía en sus dedos sobre el cuello. Recordó el sobre y la fecha. Le daba cuerda, como los mejores.
-¿Por donde querés? –le dijo tratándola como un objeto.
-Ahí –respondió lacónica.
Gimió mientras el embebía su espalda de sangre. Quitó el envoltorio despacio.
-Te tengo una sorpresa, de las que sé que te gustan –le dijo provocativo.
-Probátelo.
Sacó una prenda del armario, el segundo vestido ocre.
-¡Más blanco! –gimió ella.
El tomó el escarpelo y ya sabía donde. La abrió de piernas y coció su boca con un beso.
-¿Escuchás la sinfonía? Melancolic Blues –dijo con sus labios endulzados en el blanco de su piel.
-Parece sonata a la noche, parece a los lunares en mi espalda, el cielo estrellado –dijo con su respiración entrecortada.
-¿Sabés lo que van a decir mañana los diarios, no? –le cuestionó seriamente.
-Sí, sí, sí, sí – dijo melancólica y exitada.
Él tomó la navaja y ya sabía donde. Era él último tajo.
-¿Alguna pregunta? -inquirió
-La hora –dijo ella.
-7:59 am–respondió.
1 comentario:
hablando de tajos y tajos...
nada se corta... la palabra Cuentos tampoco.
Llegué bien ves?
Prometo leer mañana con más tiempo.
:)
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