Imagine que alguien escribe estas líneas, imaginando que soy yo y usted es el lector. Estamos conversando, sentados en un banco de madera rústica, bajo de un Arce en día de invierno. Buenos Aires, empedrada calle en San Telmo, nos asedia la luz partida de un viejo farol. Hoy esta conversación y mañana, allí, en algún cuarto de una habitación sigilosamente guardada, abre páginas blancas y echa mano sobre el relato. La imaginamos ahora, nos imagina a nosotros.
Imagine que ella imagina a un lector que la imaginó imaginándonos. Él lo leerá, con sus manos tiesas y su piel translúcida. Lentamente, su respiración se contendrá, exhalará más profundo y el aroma penetrante del pensamiento del otro se infundirá en su miedo.
¿Sabe cuál es el fin de la escritura? Pensar el pensamiento de otro, y que nuestro pensamiento sea, a su vez pensado.
Ahora ella visualiza cómo la lluvia empieza a deslizarse por las hojas cuasi plastificadas. El momento se intensifica armoniosamente en el suelo húmedo: las flores blancas caen circulares, acercas tu mirada a la hoja que escribe, piensas que habrá en esas páginas dichas, ves un banco a lo lejos.
Su cabello baja lentamente sobre sus senos. La luz partida del farol florece sobre su rojo cristal, acaricia dulcemente la página, mira la segunda línea y levanta la vista. Te ve a lo lejos, observándola. Un susurro de creatividad recorre su piel. El escalofrío entre sus uñas escarlatas gime el final:
Tú escribes sus palabras besadas. Ella recuerda tu silencio en el relato ahora escrito, cuando la observaste en el momento quieto, ella te sabía y vos a ella, la noche alcanzaba su esplendor en la realidad consumada. En el aroma de un sueño embebe, todas las palabras que la música que profesa.
Imagine que ella imagina a un lector que la imaginó imaginándonos. Él lo leerá, con sus manos tiesas y su piel translúcida. Lentamente, su respiración se contendrá, exhalará más profundo y el aroma penetrante del pensamiento del otro se infundirá en su miedo.
¿Sabe cuál es el fin de la escritura? Pensar el pensamiento de otro, y que nuestro pensamiento sea, a su vez pensado.
Ahora ella visualiza cómo la lluvia empieza a deslizarse por las hojas cuasi plastificadas. El momento se intensifica armoniosamente en el suelo húmedo: las flores blancas caen circulares, acercas tu mirada a la hoja que escribe, piensas que habrá en esas páginas dichas, ves un banco a lo lejos.
Su cabello baja lentamente sobre sus senos. La luz partida del farol florece sobre su rojo cristal, acaricia dulcemente la página, mira la segunda línea y levanta la vista. Te ve a lo lejos, observándola. Un susurro de creatividad recorre su piel. El escalofrío entre sus uñas escarlatas gime el final:
Tú escribes sus palabras besadas. Ella recuerda tu silencio en el relato ahora escrito, cuando la observaste en el momento quieto, ella te sabía y vos a ella, la noche alcanzaba su esplendor en la realidad consumada. En el aroma de un sueño embebe, todas las palabras que la música que profesa.