Alice in der land

Alice in der land

sábado, 12 de mayo de 2007

Cuento no fantástico, sencillamente, premonitorio: Ojos sobre el destino.

Recuerda esa verborragia infantil, casi animada por la imaginación y los sueños.
Soñaba dos nenas, doblando la edad, pero si era una nena de 16 y entre idioteces, qué sobre lo predestinado, qué cuando era chica y había soñado, qué el trago amargo, del medio litro del té y el destino. Las galerías de los sucesos con mil bocas y la última salida al laberinto.
Digo, escribo y me acuerdo, cuando veo la tinta rojo sangre.
Me imagino a Selina o Darina, muy bien no supiera el nombre pero más bien empezaba con D, mirándome con esos ojos circulares café, mirándome como anonadada explicando porque café y no té, comprendiendo demasiado, hasta entendiendo una misma cosa a sus 5 añitos de edad.
Pero no está su voz y la oniria descriptiva comienza a entremezclarse por una galería, como si esta tinta ahora estuviera escribiendo los pasajes: la carta que envié hace unas horas, el back de ayer y el sexo en el recuerdo, la nena bonita de hoy y los ayeres.
¿Quién sabe donde hay salidas, cuando el laberinto del sueño te vence y te muestra caminos?

Y sorbo el té, recordando esa mezcla de hierbas, ese día después, ese mes después y la tinta en blanco, luego tomando esa tonada roja, demasiado coagulada, la tinta encerrada en el tubo, muriendo mientras baja por entre las letras. Esperando que la oniria vuelva, para decirme que si es inflexible que tu desición y mi desición hayan sido las autoras del silencio de Darina y quizás, quién sabe, serán autoras del silencio de Katja, pero espero que no, cuando entraste con cuidado y lo sigas haciendo porque cinco años después aún recuerdo el número 6.

Por ahí es esta noche, que vuelve el sueño repetitivo, como tantas veces, antes de que hiera el agua para el té y luego de las 12, sí, de las 12, mi rostro sobre la almohada luego de las 12 y la señora de 28 que sale de su sueño, casi flotando se aparece por esa calle semi desnuda, el salón de fiestas en frente apagado.

El destino no se festeja y sí será, especialmente después de su muerte y ese viaje que recuerda esta tinta.

Ella observa, envuelta entre ese estupor onírico, la pareja casada en la casa de en frente, el aroma a café y su esposa sirviéndole el trago caliente, como si en eso no supiera la perdición de su marido, los meses anteriores cuando la miraba extrañado pero ella, sin estelas de recelo, no irrumpe en la morada.
Más bien se va, por ahora sola, a la vereda de en frente donde sí tiene llaves.
Sabe que es el segundo piso, ahí a donde va a buscarlas, para ver donde las dos nenas solo un número, 12 y 6 y las camas vacías, las persianas cerradas, el claustro de la muerte.
Así, sin más cierra la puerta, pero como si le importara la melancolía. Piensa en ese instante inútil, en ese té que ojalá fuera el único pero falta un año. 6 y 12 y podría haber sido 5 pero, por favor, que cambien, que un nuevo sueño llene esa cama de una bifurcada, que el 6 ya lo hubo soñado y el sueño de nuevo la lleve al 5 de la desición de él y ojalá no más tes.
Pero entonces cerró la puerta, sin más conjeturas, sin más agravios de lo que sabía cuando niña y quizás el número sí fuere 5, porque las galerías pueden ser muchas, podrían, bah, como hormiguitas moviéndose abocadas y el desencanto de haberlo soñado ya varias noches antes, como si supiera y volviera él de nuevo a olvidarse de pedir permiso.
Y va a la habitación de al lado, las puertas abiertas y quién sabe si sí tendría 28 pero el bebé.
La cuna con el velo blanco, los juguetes repartidos por la habitación y una voz que la invita a tomar un café para despertarse.

Otra no queda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho este blog .
Me gusta este lado teñido de escarlata y oniria.

y no sé


me sigo bifurcando al lado obtuso , me voy

me voy


me fui...
Saludos Nat.