Alice in der land

Alice in der land

miércoles, 9 de mayo de 2007

Cu en to(4 en clave de 0): Maniqueen

Y se fue diciendo quién sabe qué cosa.
Julio la conocía, si la conocería. Una pendejita, de cuarta edición. Putita. La boca tan voluptuosa, los senos tan duros. Las piernas tan atléticas y esa fragilidad camuflada dentrás de los caprichitos.
Habría que verla cuando se le metía algo en la cabeza. Rompe huevos. Las manos y esos dedos largos, las uñas de rojo, las horas mirando sus pupilas congeladas por la luz que no la zozobra.
Empezaba con sus manos, despacio. Iba duro y parejo a lo que quería. Y lo encendía, de a poco, daba vuelta el círculo para el lado de la perdición.
Después que esto y que lo otro y que quiero y que sabe, qué si no la complacen… Los 125 gramos endulzados y la tablita del dos. Los dedos enmantecados, la leche tibia en los labios tibios.
Las manos ahí, tocando quién sabe que cosa y empezaba a moldear. Bañada en blancura enharinada.
Primero de abajo y de a poquito subia, la muy perra. Qué si ladraba no, aullaba la loca.
Así, lacónica. De repente en silencio. La nueva galaxia estallaba en silencio; y ya sabía, el próximo pasó premeditado. La cajita de fósforos.
A un costado.
Qué si los pierde, mamita.
Los vuelve a olvidar y será de saber que la puta madre, que no va a hacerlo, otra vez, de nuevo. Si la conocía. ¿Y si la conocía?
Otra vuelta de tuerca, porque estaba el espejo.
-Yo solo te quiero mirar, no hay nada malo en eso, y cuando te duermas, para cuando te duermas… -le confesó
Malditos sean. Le habían avisado, la habitación sin espejos, mucho menos en el techo y la perdición de mirarla todo el día en el espejo. Así, alta y tiesa como casi muertita. Nunca cerraba los ojos. El cachorrito sumiso aullando otra vez. Qué el decimocuarto capricho, el decimocuarto piso y el olor que iba por los pasillos alterando a todos, menos ella, ahí pendeja, ahí, quietita, encontrá la cajita de fósforos porque los ojos. Esos ojos que se empiezan a poner vidriosos a través del espejo.
El cuentagotas para bajar la ansiedad. El oxígeno que empieza a faltar y ya empezó hace rato. El primer mareo del día y no hace frío pero tampoco calor y falta el humo.
Dale, dale, prendelo que me pierdo en el retrato. Dale, seguí, vos amasá, vos dale muñequita de torta, seguí.
Y los putos fósforos qué a dónde están y correr por toda la habitación pero las piernas que ya no responden y la mirada perdida en el maldito espejo y ella que no puede decir que sí, así, siempre lacónica y aulla y que si es la perra de la vecina avisando o acaso ella con sus ojitos vidriosos y clavados en un solo punto que se empieza a emancipar por todo el aire y empieza a reemplazarlo despacito y luego rápido con sus manos. El frío en su piel que no se sabe si hace frío o hace calor pero ella así, tan atérmica. Tan puta la pendeja. Tan perra y por ahí se escuchan los aullidos, el llanto que viene y que la hace viva y entonces sabemos que existe, entonces sabemos que alguna vez lo planeó, premeditadamente. Pero ahora se queda solita y va a parar detrás de un vidrio, con la mirada perdida buscando a la próxima víctima que la vea, sin saber que sin calor el plástico no se derrite y ella, que dejó prendido el gas, sin fuego alguno, mientras Julio lo sabía. Desde que la vió, atravesando el espejo.

Ahora la dejaba sola.

110.

No hay comentarios.: