Alice in der land

Alice in der land

miércoles, 23 de mayo de 2007

Crónica de una muerte soñada

… no es una crónica detallada de los acontecimientos, no, señor oficial, es sencillamente un sueño, que si no hubiera llamado nunca para contarlo ahora, no, usted no comprende, no fue una amenaza ni mucho menos, nada que ver con lo que usted piensa, no, por favor, le juro que soy inocente, ella fue quién cometió el crimen, yo solo, yo… no. Está bien. Soy culpable… sí. Dejelá, solo eso. Dejelá que llore en la almohada sola…

Suena el despertador a las 9:30 a.m.

Me levanto sudada, agitada por el suceso. Parecería que nunca fuera a darse cuando se da. Es siempre la misma historia, una posa su cabello en la almohada y esos pelos se enmarañan rebuscando la escena.
La quiero llamar para contarle urgente. Quiero oir su voz y cercionarme de que solo es esto, todo fruto de mi imaginación, todo cuestión de alguna cosa pasajera, nada premonitorio, que esto no es usual, que no es siempre la misma historia y nada más, porque otra vez los medios dirán en el noticero de mañana que se sospecha por una llamada y creen que… creen que todo fue premeditado, que yo fui la que rompió los límites de la cordura y no, mi amor, nada que ver, yo sé que no hay nada criminal acá, que solo fue un error temporal de tus manos.

Me levanto y me visto suavemente, meticulosa en mis movimientos que quizás cambien la historia para culpabilizarme. Sin duda la culpable, eso te callaste ayer por la noche, que si yo te descubriera vos ibas a… y no, sabés que no quiero, sabés que no sucedería porque solamente es un sueño, como cualquier otro, como ponerme ahora los zapatos taco aguja y salir a hacer un poco de ruido en tu mente, para susurrarte una vez más que seguís siendo mía a pesar de todo y las rejas.

La llave en la puerta, salir para quizás no volver e ir a un locutorio a preguntarte, que lo confirmes o no lo confirmes. Qué confirmes esto o lo otro. Lo que vos decidas, la historia es tuya, sos la que la escribe en los besos y los senos de ella o la que la calla y ahí la culpa.

Camino recto por esta cuadra, dudo unos insantes antes de cruzar en frente. Pero lo hago. Cruzo. Teléfono.

Suena una vez. Un timbre pero no el de tu voz. Vuelve a sonar, dos, tres, cuatro, contestadora.

-Habla Milena, ahora no puedo atenderte, por favor… -oigo.

Por favor respondé y decime que no, que no es así, que yo ya sabía que vos y ella pero vos sencillamente preferís ocultarlo. Milena, dale, respondé carajo.

-… dejá tu mensaje, te responderé a la brevedad –es el fin.

Respiro hondo y te cuento.

-Milena, ayer soñé que te llamaba y oía tu contestadora mientras veía más allá, tus manos en las de ella, tus dedos sobre su humedad, sus senos rebosantes en tus labios, los labios que me dan el sí para luego voltear negruzcos en el engaño, para dejarme en la soledad de mi casa sin todas esas promesas que ahora estás quebrando. Me oís. Parás. Ella quiere tomar el teléfono y decírmelo pero vos te negás. Ahora tus uñas raspan sus brazos, forcejeando para que ella no me toque las palabras, para mantener el inmaculado silencio del engaño y luego volver al pecado, pero ella insiste, mientras tomás de la mesa de luz una cuerda y la ponés por entre su cuello, quién sabrá que querías hacer, quizás volvés al pecado original, quizás pecar esta vez en serio, para callar sus amenazas de corromper nuestra perfección, para silenciar su histeria femenina y dejarla de una vez por todas, sus amenazas de amante frustrada, el lugar que quiere ocultar, su última amenaza de que va a matarme algún día. Pero vos me amás de esa manera tan pródiga que ahora me protegés, entretejiendo esa soga entre su cuello, oprimiendo más y más mientras ella entreabre la boca entre la falta de oxígeno y el placer, mientras vuelven a andar solas, para que vos la alejes de este teléfono en este momento, para que yo vaya luego, con las manos enfundadas en sangre, con el odio hirviendo entre mis venas porque corrompe nuestros códigos, se esconde detrás de tu sucia miseria de la mentira, destrás de esa falta de respeto a mi persona. Te juro Milena, que la quiero matar yo también –escucho el bip.

Corto.

Ojalá se pudiera borrar el mensaje a tiempo.

Ahora ya lo sé. Los ojos desorbitados, el cuerpo impávido, una soga sucia tirada al costado de algún callejón lejano. Milena lavándose sus manos decorosas, pasando esa agua cristalina por las manos que amo y los dedos que podrían estar tras las rejas pero no permitiré que ensucien su nombre.

No, milena, no. Volvía a suplicar anoche. Por favor, hablame, decime que no, mi amor. Volvía a suplicar.

Vuelvo a marcar el número. Ahora está desconectado el teléfono, ahora ya el pasado que era futuro se convirtió en presente. El pasado forjó al presente del modo más aterrador. Leyó mis labios mientras le hablaba a la distancia sus actos, como si la conocería demasiado, como si todos estos años no hubieran sido en vano y sus ojitos melancólicos no pudieran acaecer al pecado tan facilmente, pero menos fácil es una confesión.

Empuño mis manos. Tomo un taxi. Suena el celular.

Su respiración entrecortada.

Le digo que no se preocupe, que ahora yo veré sus ojitos desorbitados para tenerle lástima, que ella vaya a tomar un buen licor mientras que las rejas relatan el final del sueño y ya sé que decirle al oficial, entre la duda de mi inocencia callaré que te amo tanto como para tener la culpa de perdonarte y dejarte sola llorándole a la almohada y culpándola por haberlo soñado.

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