Alice in der land

Alice in der land

lunes, 14 de mayo de 2007

The Return of Dorothy to Won der Land (Part I)

Una los ve, en su color endemoniadamente rojo, con los brillos que castañean los dientes, amenazantes, pero así, como inocentes en paralelo, como si ella se levantara con los zapatitos puestos, de ese rojo que no es solo rojo pero tan puro y embelezante que ya no puede dejar de nombrar ese lugar.
Cuando uno se los pone no tiene idea que regresas a casa, hasta calzartelos nuevamente y que ellos hablen, sin olvidar que la memoria es la que no olvida.
Por entonces, y entonces todos los médicos te miran extrañados. Como si un remolino hubiera revuelto la habitación, y ese terremoto hurgado los pisos, ese remolino transportado hacia algo que no entienden (pero ella sabe que fueron los zapatitos rojos) mientras una les nombra un lugar que, hablando en un fervor verborrágico clásico, de las creaturas de lo que…

… supongamos que se llamaba Oz.

Supongamos que ella tampoco se llamaba como se llamaba.

Un día salió a esas calles, un día vulgar de calor de verano, de la mano de un novio que no era novio, en una calle que aprentaba ser una simple calle.
Vió los zapatos en varios lugares hasta que vió ese par. Era único. No porque lo fuera, sinó porque particularmente brillaba, como hablando, como pidiéndole que fuera ese, ese par rojo brillante, ese par que le recordaba a un lugar que no conocía muy bien.
Llegó a su casa y los dejó en una caja bonita, cuidándolos de la tierra desconocida.
Cada día abría el armario, viendo como la llamaban con su resplandecer fulgoroso.
Cierta vez decidió ponérselos para salir a caminar, por las calles que aparentaban ser un solo rumbo, una sola callecita de Buenos Aires, por ahí perdida. Caminó y sintió como si la llevaran, imantados a otro espacio, como si lentamente o de golpe, empezaran a pervertir su mente, como si los brillos empezaran a brillar arriba, diciendo quién sabe cuantas cosas, bajando información como si el download de la pc estubiera sobrecargado y se hubiera roto y de repente la catarata de palabras.

Catarsis, le decía ella.

Normalmente los zapatos hacen eso cuando una los usa. Cada pisada es un cúmulo de palabras y, estos mismos, se convierten en ideas que se entrelazan, como hipercarburando hipótesis.
Pero estos no.
Había algo en ellos, ella no sabía muy bien qué hasta que pasó.

Los abandonó.

Decidió dejarlos ahí a un costado. Abría el placard ignorando su fulgor, haciendo como si nada, como si hubiera decidido de una vez por todas que viviría la realidad, sin saber qué era la realidad.

Salió a caminar como de constumbre, con sus borcegos, acallando la ciudad de gritos y furia, caminando rápido, como escapando de algo cuando el sol dio sobre sus cabellos que empezarona resplandecer, lentamente, como los zapatos. Sentía que le hablaban desde un rojo fuego, una voz trascendente por su cerebro, los labios de una ciudad que conocería.

Claro, conocer conocía gente, pero de repente comprendió sus tantas preguntas.

¿Cómo conocemos el pensamiento simultáneo a la dialéctica?

Fue a su casa. Los vió ahí, centellando más que nunca, fulgorando como el fuego quemando mentiras, centellando para atraparla, para pedirle que se los ponga, y lo hizo, decidió conocer Oz.

Salió a la calle, como de constumbre, pero había algo inusual en la gente. Sus palabras. Podía leer los pensamientos, podía ver la transparencia, como la vidriera que encerraba los zapatos, los cuerpos encerraban la mente y la mentira de la palabra. Entonces todos comenzaron a vomitar pensamientos, a hablar rápidamente de lo que pensaban, no con tiempo, el tiempo se había borrado, no había tiempo en Oz, los relojes se habrían detenido en el momento en el que los zapatos la poseyeron.

Las miradas de la gente eran la transparencia de sus intenciones. Sentimientos, fervientes, transparencia del gesto, esos gestos que se ocultan tras el ficticio de los deshonestos, esas palabras que ahora no eran palabras, eran pensamientos puros. Podía leer la mente.

Entonces lo supo, supo lo que pasaba luego. La ciudad la consumía, la ciudad embrabecida miraba la noche y desnudaba las calles, mientras las cárceles eran la vida de uno, uno encerrado en los otros, en lo fícticio de las falacias de quienes no se transparentan, la corrupción del Ser.

Tomó los zapatos, que ya habían cobrado vida propia e intentó hacer “Tac-tac-tac” pero no volvía, sencillamente la habían encerrado ahí, en el mundo de Oz.
Desesperada salió a correr por entre las calles, entró a los lugares y testeó la transparencia, como si fuera un empleo, podía ver las intenciones ocultas.

Con esta sí, con esta no y los zapatos que parecían pegados, la horma a su piel, la suela a sus tobillos.

Pero el tiempo, el tiempo que se había detenido, la hora que miraba y no pasaba, los zapatos que ahora están ahí, fulgorando y centellando, mientras la Pc sigue diciendo la misma hora y ella les habla a los médicos de Oz, que no entienden, que cómo explicarles que el reloj se detuvo, que le quiten o no le quiten los zapatos, los zapatos ahora son más que zapatos, son un reloj detenido en una hora en la que ella puede ver, la transparencia del alma.

2 comentarios:

Mr. Hyde dijo...

la verdad, me encanto tu escrito. tanto la tematica como la forma de relatar me parecen exelentes. un texto que me llega, y eso para mi es mucho. saludos.

Nathalie X dijo...

Gracias, gracias por pasar y por leer y por soportar que te haya dejado colgado en msn.
Sucede que no hay internet en casa, sabrás comprender.

Saludos a vos también querido.

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