Pudiera haberla conocido ahí, en el 2005 si solo el lapso del tiempo su hubiera salteado una semana quizás y no hubiera conocido a Salomé y podría haberse ellamado Lorena y no Cecilia. Pero todo vuelve, me dice con una copa en la mano, mientras la inclina y la bebe, recordándome que todo el tiempo vuelve, como si fuera cíclico, de nuevo meterse a la cama cuando las enfermeras apagan las luces, eso dice la loca.
Yo le preguntaría si no fue una cuestión de azar. Cuestión de azar querida, nada más.
Pero ella me cuenta con una copa en la mano y me pide que la vaya a visitar, que también es de zona sur, otra cuestión de azares, otra cuestión de casualidades y ella niega con su cabeza y dice causa. Pero si por ahí se hubiera salteado un mes y qué cuando pasamos por ese río, otra vez el de ja vú, no solo el río no es el mismo sino nosotros no somos los mismos.
Pero todo el cíclico, ¡caramba! dice golpeando la copa sobre la mesa y yo la miro con ternura como explicándole que no, que ella es cíclica y yo no porque yo me acuerdo de Lorena y Solomé, pero podría bien haberse llamado Cecilia y yo Solomé.
Porque, ¿viste? Cecilia me contaba siempre, de Lorena y Solomé, justito cuando yo me fui la dieron de alta, de nuevo a la felicidad y yo entré, Bienvenido al Borda, ahí para primavera, con toda la coersión preparada, los azulejos rosas y las flores de papel pegadas en la pared, como si uno fuera feliz entre azulejos rosas y viera las flores tapadas por las paredes, flores de papel como para no llorar.
Entonces la ví, mientras cantaba esa canción y ella, ella ahí sentada, haciendo tarjetas y me regala una y me cuenta que Lorena y Solomé, que ella se metía en su cama.
Entonces se vuelve, a dormir, y yo, que podría ser Lorena, me meto despacio en su cama, pasando mi mano por sus brazos, arropándola entre su peluche, que el mío después fue un perro marrón pero podría haber sido ese eso. Y ella no se niega, juega como jugaban ellas otras, las otras, pero parece que el tiempo ahí se equivocó y faltó un mes o… dos años, quién sabe.
Porque el amor es maravilloso pero la histeria es el cenit de toda mujer falta de mujería o en exceso de. Y por eso la dejo, llorando a mares, insistiendo en amarme cuando no hubo confianza y eso es no haber respeto, no, eso no es amor.
Entonces pasa el calendario y me encuentro luego, dos años después, sentada en la cama, contándole esta historia a una mujer, sin copas en la mano, diciéndole que tuve una vez una novia, sensible y tierna pero tan histérica.
Y me dice que su nombre es Lorena y que estuvo con Salomé y el tiempo se salta porque después siento un cuerpo sobre mi cama y la enfermera ríe un poco, sin saber ni del tiempo ni de las coincidencias ni de la boca entreabierta que viene después.
Pero qué me habré tardado tanto que vuelvo, otra vez a hurgar por ese lugar, a ver quién está entre mis sábanas y la veo, cayendo de nuevo, como si pudiera haber sido Cecilia, quién sabe, pero es Lorena.
Me quiere besar, como pidiéndome que me quede, gimiendo la necesidad. Y yo, el río no es el río o quizás el río se mantuvo río, con otro nombre, podría haber sido el Sena y yo que me ahogaba. Podrían haber sido las callecitas de Arenales y yo cantando de nuevo esa canción que les canté a ambas, sin saberlo y el mismo diagnóstico y las mismas manos que no eran manos, eran minas en un campo desierto y entonces, entonces toma el trago entre sus manos y mueve la copa y me dice que no es casualidad.
Y yo le digo que el río no es el mismo y que tampoco yo y que no la besaré porque no, porque cambian las aguas, digo, cambia el curso. Titubeo como queriendo escuchar el tránsito, como viendo sus amenazas explícitas, sus besos contra mi mejilla suplicando, su fervor tan frágil, evidentemente amoratado por los años, casi la misma edad. Podría haber tenido 35 pero tenía 31, y es un lapso del tiempo, cuatro años o dos años y qué cuanta gente pasará por el Borda, digo, como si fuera así de sencillo una casualidad como esta pero menos sencilla es Ornella, preguntando de qué color es el cielo, aprendiendo a escribir cursiva de nuevo, con el mismo color rubio en los cabellos de la infancia, adivinando cuales eran mis dibujos y Ornella, que también podría haberse llamado Natalia me espera, sentada en la calidez del hogar.
Y supongamos que la copa tendría razón, que es cíclico y mi Ornella podría haberse llamado Natalia y Cecilia, Lorena, y yo, Salomé y entonces Ornella no se llamaría Natalia y el círculo se quiebra y no estamos predestinadas para esto Lorena, ¿entendés?
Por Ornella, que es en simultáneo.
Qué Cecilia por ahí ya se fue, ya se hundío en el Río.
Y Lorena asiente, como ida, como si ya se fuera, como si cruzara la calle, sin mirar, sin que le importase nada luego de mi explicación, sin comprender que por ahí el tiempo pero que si el tiempo entonces yo no podría ser Ornella cuando niña. Entonces yo tampoco podría ser Salomé. O Natalia y Lorena pero eso ya no es cíclico. Eso es otra cosa, ¿comprendés mi vida?
Se lo intento decir, mientras las gotas de lithium corren por sus venas, sin saber que hacer, hablando con el tío de Ornella y explicándole que no entiende, que ahora al tío le pasó lo mismo que a ella y que Fernando podría haber sido Lorena. Fernando mira a Natalia como poseyéndola con la mirada, como si hubieran tomado una misma pócima y Natalia que se va, dejando ahí a los inocentes, sin mordidas en el cuello mientras toca los cabellos de Ornella, mágica e irresistible, los búcles en sus puntas, la infancia en los sueños y de qué color será el cielo pero ahora ella le responde, sí, ahora tiene quién le responda.
El círculo roto del tiempo, que podría haber sido Natalia, si no la hubiera conocido a Natalia.
Yo le preguntaría si no fue una cuestión de azar. Cuestión de azar querida, nada más.
Pero ella me cuenta con una copa en la mano y me pide que la vaya a visitar, que también es de zona sur, otra cuestión de azares, otra cuestión de casualidades y ella niega con su cabeza y dice causa. Pero si por ahí se hubiera salteado un mes y qué cuando pasamos por ese río, otra vez el de ja vú, no solo el río no es el mismo sino nosotros no somos los mismos.
Pero todo el cíclico, ¡caramba! dice golpeando la copa sobre la mesa y yo la miro con ternura como explicándole que no, que ella es cíclica y yo no porque yo me acuerdo de Lorena y Solomé, pero podría bien haberse llamado Cecilia y yo Solomé.
Porque, ¿viste? Cecilia me contaba siempre, de Lorena y Solomé, justito cuando yo me fui la dieron de alta, de nuevo a la felicidad y yo entré, Bienvenido al Borda, ahí para primavera, con toda la coersión preparada, los azulejos rosas y las flores de papel pegadas en la pared, como si uno fuera feliz entre azulejos rosas y viera las flores tapadas por las paredes, flores de papel como para no llorar.
Entonces la ví, mientras cantaba esa canción y ella, ella ahí sentada, haciendo tarjetas y me regala una y me cuenta que Lorena y Solomé, que ella se metía en su cama.
Entonces se vuelve, a dormir, y yo, que podría ser Lorena, me meto despacio en su cama, pasando mi mano por sus brazos, arropándola entre su peluche, que el mío después fue un perro marrón pero podría haber sido ese eso. Y ella no se niega, juega como jugaban ellas otras, las otras, pero parece que el tiempo ahí se equivocó y faltó un mes o… dos años, quién sabe.
Porque el amor es maravilloso pero la histeria es el cenit de toda mujer falta de mujería o en exceso de. Y por eso la dejo, llorando a mares, insistiendo en amarme cuando no hubo confianza y eso es no haber respeto, no, eso no es amor.
Entonces pasa el calendario y me encuentro luego, dos años después, sentada en la cama, contándole esta historia a una mujer, sin copas en la mano, diciéndole que tuve una vez una novia, sensible y tierna pero tan histérica.
Y me dice que su nombre es Lorena y que estuvo con Salomé y el tiempo se salta porque después siento un cuerpo sobre mi cama y la enfermera ríe un poco, sin saber ni del tiempo ni de las coincidencias ni de la boca entreabierta que viene después.
Pero qué me habré tardado tanto que vuelvo, otra vez a hurgar por ese lugar, a ver quién está entre mis sábanas y la veo, cayendo de nuevo, como si pudiera haber sido Cecilia, quién sabe, pero es Lorena.
Me quiere besar, como pidiéndome que me quede, gimiendo la necesidad. Y yo, el río no es el río o quizás el río se mantuvo río, con otro nombre, podría haber sido el Sena y yo que me ahogaba. Podrían haber sido las callecitas de Arenales y yo cantando de nuevo esa canción que les canté a ambas, sin saberlo y el mismo diagnóstico y las mismas manos que no eran manos, eran minas en un campo desierto y entonces, entonces toma el trago entre sus manos y mueve la copa y me dice que no es casualidad.
Y yo le digo que el río no es el mismo y que tampoco yo y que no la besaré porque no, porque cambian las aguas, digo, cambia el curso. Titubeo como queriendo escuchar el tránsito, como viendo sus amenazas explícitas, sus besos contra mi mejilla suplicando, su fervor tan frágil, evidentemente amoratado por los años, casi la misma edad. Podría haber tenido 35 pero tenía 31, y es un lapso del tiempo, cuatro años o dos años y qué cuanta gente pasará por el Borda, digo, como si fuera así de sencillo una casualidad como esta pero menos sencilla es Ornella, preguntando de qué color es el cielo, aprendiendo a escribir cursiva de nuevo, con el mismo color rubio en los cabellos de la infancia, adivinando cuales eran mis dibujos y Ornella, que también podría haberse llamado Natalia me espera, sentada en la calidez del hogar.
Y supongamos que la copa tendría razón, que es cíclico y mi Ornella podría haberse llamado Natalia y Cecilia, Lorena, y yo, Salomé y entonces Ornella no se llamaría Natalia y el círculo se quiebra y no estamos predestinadas para esto Lorena, ¿entendés?
Por Ornella, que es en simultáneo.
Qué Cecilia por ahí ya se fue, ya se hundío en el Río.
Y Lorena asiente, como ida, como si ya se fuera, como si cruzara la calle, sin mirar, sin que le importase nada luego de mi explicación, sin comprender que por ahí el tiempo pero que si el tiempo entonces yo no podría ser Ornella cuando niña. Entonces yo tampoco podría ser Salomé. O Natalia y Lorena pero eso ya no es cíclico. Eso es otra cosa, ¿comprendés mi vida?
Se lo intento decir, mientras las gotas de lithium corren por sus venas, sin saber que hacer, hablando con el tío de Ornella y explicándole que no entiende, que ahora al tío le pasó lo mismo que a ella y que Fernando podría haber sido Lorena. Fernando mira a Natalia como poseyéndola con la mirada, como si hubieran tomado una misma pócima y Natalia que se va, dejando ahí a los inocentes, sin mordidas en el cuello mientras toca los cabellos de Ornella, mágica e irresistible, los búcles en sus puntas, la infancia en los sueños y de qué color será el cielo pero ahora ella le responde, sí, ahora tiene quién le responda.
El círculo roto del tiempo, que podría haber sido Natalia, si no la hubiera conocido a Natalia.
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