No lo cree. Parece que la oniria traspasó la puerta, para embelezarla en ese sueño y que no vuelva. Los zapatos añejados de tanto caminar sin rumbo. El sueño que observa la puerta. Direcciones que se entremezclan con números, números que se entremezclan con nombres y así, sucesivamente.
Cuando salió esa noche le pareció normal, un cielo color grisáceo, algunas nubes escondiendo impunes la cruz del sur.
No sonaba el tintinéo clásico de las llaves en su bolsillo. Un olvido irremediable, un olvido pasajero que se disfumaría en cuanto vuelva. Timbre, permiso, y pase, como siempre.
Si no fuera porque faltaban algunos minutos para que haya alguien y la noche se veía inocente de un modo casi macabro, como ocultando en su espesor a las estrellas, perdiendo el rumbo de lo inaudito, rumbeando los números y los nombres.
Salió.
En línea recta, algunas cuadras, por la calle Camilo Cavour. La casa a 5 cuadras, a la altura del 3000. Nunca supo que había más allá del 4000, algo la hacía doblar antes, un miedo recódnito a seguir, como si allá en la esperura, en la obscuridad de los números, algo siniestro desdibujara la orientación.
Sigue, línea recta hasta el 3700 y dobla, a la izquierda. Alguna calle de esas de las que desconoce el nombre, de a poco tornándose más humildes, añejadas por el tiempo.
Pasa, desapercibidamente, por la casa de Virigina. Hasta que repara en esa calle que era, más o menos, conocida, esas lilas en la esquina, "La esquina pintorezca" y la recuerda a Virginia. Otra vez el secundario, un flashback momentáneo.
Retrocede.
La casa de Virginia, sí, era esa, la del cartel en venta.
¿Qué habrá sido de ella?
Supone que ahora ronda las ciudades, con los zapatos añejados, si tan solo tuviera el teléfono para decirle que había encontrado la casa y pensado en ella.
Entonces dobla, nuevamente y en la esquina, a su izquierda.
Sigue caminando, unas 6 o 7 cuadras.
La zona se torna obscura, como inaudita, misteriosa y lujosa o carente de ello, pero más bien siniestra, poco familiar.
Un miedo le supone la necesidad de volver, ya había pasado el tiempo y era hora del permiso, pase.
Dobla, a la izquierda. Unas 4 cuadras sin nombre y una calle obscura, por demasía. Los faroles rotos, las casas de chapa, sin nombre. Casas del anonimáto, escondida tras el halo de luz de luna.
Se pone a pensar en Virginia y de repente se da cuenta de que está perdida. Debería estar cerca, sí. La casa de Virginia cortaba la calle de ella, estaba más o menos a cuatro cuadras.
No.
Estaba a cuatro cuadras, más o menos nada.
O sea que estaría en su calle, por ahí, al 4400.
¿Así que ese era el secreto que ocultaba Camilo Cavour?
La pobreza, detrás del lujo que la avergonzaba.
Decididamente vuelve, quiere retomar el calor de su hogar. Ahogar la angustia con las estufas que ellos no tienen, consumir el trago amargo del calor sobre su cuerpo, las frasadas que ellos no tienen, las heladeras que ellos no pueden vacíar porque no hay con qué.
Apresura su paso, temerosa, como si la casa se fuera a disfumar.
Una cuadra, dos cuadras, tres cuadras y una calle que corta.
Un nombre extraño.
Hill.
¿Acaso Cavour no era lineal?
Dobla para la derecha y se encuentra con 2 de Mayo.
Sigue, una cuadra derecho por 2 de Mayo.
Dobla hacia la izquierda, de nuevo a su Cavour, a las amadas casas pintorezcas, escondidas del horror de lo que Camilo oculta.
Ahí, ahí se fija el nombre y se encuentra con Ministro Brin.
Se siente mareada, el frío recorre su cuerpo, el hambre le avisa que no tiene heladera y que retroceda, que vuelva a ese barrio que ahora le pertenece a todos los que perdieron a Cavour.
Ojalá recordara alguien su teléfono celular.
Cuando salió esa noche le pareció normal, un cielo color grisáceo, algunas nubes escondiendo impunes la cruz del sur.
No sonaba el tintinéo clásico de las llaves en su bolsillo. Un olvido irremediable, un olvido pasajero que se disfumaría en cuanto vuelva. Timbre, permiso, y pase, como siempre.
Si no fuera porque faltaban algunos minutos para que haya alguien y la noche se veía inocente de un modo casi macabro, como ocultando en su espesor a las estrellas, perdiendo el rumbo de lo inaudito, rumbeando los números y los nombres.
Salió.
En línea recta, algunas cuadras, por la calle Camilo Cavour. La casa a 5 cuadras, a la altura del 3000. Nunca supo que había más allá del 4000, algo la hacía doblar antes, un miedo recódnito a seguir, como si allá en la esperura, en la obscuridad de los números, algo siniestro desdibujara la orientación.
Sigue, línea recta hasta el 3700 y dobla, a la izquierda. Alguna calle de esas de las que desconoce el nombre, de a poco tornándose más humildes, añejadas por el tiempo.
Pasa, desapercibidamente, por la casa de Virigina. Hasta que repara en esa calle que era, más o menos, conocida, esas lilas en la esquina, "La esquina pintorezca" y la recuerda a Virginia. Otra vez el secundario, un flashback momentáneo.
Retrocede.
La casa de Virginia, sí, era esa, la del cartel en venta.
¿Qué habrá sido de ella?
Supone que ahora ronda las ciudades, con los zapatos añejados, si tan solo tuviera el teléfono para decirle que había encontrado la casa y pensado en ella.
Entonces dobla, nuevamente y en la esquina, a su izquierda.
Sigue caminando, unas 6 o 7 cuadras.
La zona se torna obscura, como inaudita, misteriosa y lujosa o carente de ello, pero más bien siniestra, poco familiar.
Un miedo le supone la necesidad de volver, ya había pasado el tiempo y era hora del permiso, pase.
Dobla, a la izquierda. Unas 4 cuadras sin nombre y una calle obscura, por demasía. Los faroles rotos, las casas de chapa, sin nombre. Casas del anonimáto, escondida tras el halo de luz de luna.
Se pone a pensar en Virginia y de repente se da cuenta de que está perdida. Debería estar cerca, sí. La casa de Virginia cortaba la calle de ella, estaba más o menos a cuatro cuadras.
No.
Estaba a cuatro cuadras, más o menos nada.
O sea que estaría en su calle, por ahí, al 4400.
¿Así que ese era el secreto que ocultaba Camilo Cavour?
La pobreza, detrás del lujo que la avergonzaba.
Decididamente vuelve, quiere retomar el calor de su hogar. Ahogar la angustia con las estufas que ellos no tienen, consumir el trago amargo del calor sobre su cuerpo, las frasadas que ellos no tienen, las heladeras que ellos no pueden vacíar porque no hay con qué.
Apresura su paso, temerosa, como si la casa se fuera a disfumar.
Una cuadra, dos cuadras, tres cuadras y una calle que corta.
Un nombre extraño.
Hill.
¿Acaso Cavour no era lineal?
Dobla para la derecha y se encuentra con 2 de Mayo.
Sigue, una cuadra derecho por 2 de Mayo.
Dobla hacia la izquierda, de nuevo a su Cavour, a las amadas casas pintorezcas, escondidas del horror de lo que Camilo oculta.
Ahí, ahí se fija el nombre y se encuentra con Ministro Brin.
Se siente mareada, el frío recorre su cuerpo, el hambre le avisa que no tiene heladera y que retroceda, que vuelva a ese barrio que ahora le pertenece a todos los que perdieron a Cavour.
Ojalá recordara alguien su teléfono celular.
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