Alice in der land

Alice in der land

sábado, 1 de marzo de 2008

Este título podría ser de nadie, pero es tuyo (porque todavía... )

A veces no saber si las caricias siguen rozando el aire.
Si (ella) todavía respira consciente, o si lo hace inherente hace tiempo.
Poder ver mi imagen reflejada pensando si podré traspasarla a través de las letras. Entonces todo ese tiempo.
No haber estado.
Ella se fue o yo, no importa, porque entonces siendo feliz mientras mis lágrimas... y todo lo que queda ahora es el aire que respiro.

Ella llora.

Yo la miro. Quizás porqué. Pero quizás, y tan solo, para que sepa que este título podría ser de nadie, pero es suyo.

viernes, 22 de febrero de 2008

The nightmare behind reality

La tenue luz se filtraba por la puerta. Ruidos ahogados, almohadas sobre su cabello acariciando el éxtasis silenciado, penetrando él el pecado, mientras yo entornaba esa puerta tan muda cómo mi respiración destripada por la opresión de saberlo dentro de su mirada y entonces sus ojos. Entonces los míos ya no míos, deslizando las cortinas de mis lágrimas para no observar lo que transpolaba mis respiración ausente sobre un te amo.

Entonces te amo evanescente porque las pupilas de él posadas sobre el reverberar de sus ojos de cortesana cordial de favores. Entonces, por favor, sé creíble. Hazte de aquél sueño que es la increíble realidad –aunque no lo creas- porque estuve y estabas y me quebraba y no importaba, le dijo.

No, no importa, no lo sabrá. Si el corazón siente los ojos no ven. Ya sé, sé qué dicen. Aún así seguimos jugando hacia el mismo punto, otra vez volver a soñar que esta vida, que no es la misma, es un sueño porque el sueño es, en realidad, la vida en símbolos. Sí, está ahí, pero dónde, cuándo. Entonces no, no es posible o sí lo sería (lo piensa mejor). La realidad es que nos sumergimos en un interminable abismo (como interminables infiernos) de irrealidades tan reales que ahora, acá (y acá cuándo está despierta, también) es irreal.

(Ella sabe que no, que quién mira para arriba utiliza su lóbulo derecho. Creatividad, entonces la puta de la creatividad, algo tan simple cómo imaginar el modo de controlar las pulsaciones que de repente controlan esa ¿suerte? de felicidad en la mentira que hará feliz a, para ustedes, su Dama. Pero duda, bromeando; qué mejor forma habrá de bromar, se pregunta ella cuando él le acaricia el pelo. Pero no le tiembla la mano. Entonces, no le tiembla la mano. Por eso ella. Muñequita de, gracias).

Pasa, repentinamente, de una canción extrema (cómo hirviendo su sangre a fin de que no hierva su irracionalidad pseudo masoquista –aunque todos sabemos que pseudo es obsoleto-) a el suicidio musical. Entonces ahí o antes, pero antes tenía que ser para justificarlo con ángeles que merecen morir, decide que no hay tanta verdad en sus palabras.

Quizás por eso la paranoia o la paranoia quizás sea la qué. Pero ella sabe cuando esa mueca delinea las palabras inexactas, huecas pero no vacías, porque también habla su mirada evasiva cuando, piensa, no lo observo. Habla. Dice que entonces no, que entonces para qué, pero que entonces si desconfiar sería como amarnos y también cómo delinquir el pensamiento que, obseso, penetra él aroma de las lágrimas que, congeladas, censuraban mis ojos por la autor declara que la declaración de otros fue: no podrás ser querida.

A veces despertar temblando, recordando que el onceavo mandamiento, cuando el sueño que traspasó los párpados para imbuirse en los huesos, cala todo el calor de sus brazos rodeándome. Empezar a temblar y asirlo fuerte para que no se vaya, para que su silencio y su calma onírica me juren que no, que el sueño murió con el fuego con el que me observa, solo cuando es real la irrealidad que no quiere morir.

Por qué.

domingo, 3 de febrero de 2008

God doesn't trust in me, either.

Se despertó con el sabor del alba sobre sus dedos. La cama desnuda, abrazando el suicidio de la noche pasada. ¿Se puede morir en un sueño? Allí dónde lo abrazaba a él, dónde decidía que las almas se vayan juntas, ahí cuando te despertás y das una bocanada de oxígeno, impávida por anonado, de saberse viva y tocando su piel, su respiración sobre el propio cabello y no haber muerto aquella noche, antes de saber que él era él.

¿Creer en el derecho al suicidio? Suicidándonos por alguien, entonces, ¿por qué no vivir para alguien? Fusiones, tantas veces en físico-química y entenderlas del modo más relativista, pero el único que se siente real.

Dos cuerpos o las sábanas, el aroma a piel y el sueño del infierno, el propio infierno forjado en el cielo, la crueldad de la perfección y el sabor del oxígeno cuando besamos el recuerdo.

Así, como perderse en la obscuridad de una calle luminosa, meterse en aquél recoveco y soñar en violar una casa hasta sentir que se tiene una y ahora no importa, ni la oniria ni vivir un sueño.

Ni haber soñado esto.

Ahora todo es más real.

(y los ángeles no merecen morir)

domingo, 30 de diciembre de 2007

Sentirte y el miedo a caer embelezada en el instante (melting) o un fuego que al infinito dispara los gemidos que reclaman volver.

(Ellos se visten y vuelven a ser lo que no son: no porque no lo sean, de solo mirarse se quedan espejados, definidos en las coordenadas inexistentes de una respiración que consumió el cuerpo.

Y a veces el silencio, pero siempre presente: a veces te encuentro.

adentro

lunes, 8 de octubre de 2007

Mom don't call me

“Mom, don’t call me” –se said.

El sonido pendular del reloj dando la hora exacta. El aire a anís o solvente. Aspirando aroma a Davinoff. Subir sus medias de red, el escote que atestigua turcos deseos de las miradas que en paranoia iban buscando los gemidos. Alcohol en sus venas: Novecento. Labial amatista. Rimel de Revlon. Su boca entreabierta, jugueteando con la respiración que no estaría mañana porque él la espera puntual pero ella siempre llega tarde. Cortesía, dice.

Salir a una hora inexacta porque el tiempo nunca importa demasiado. Es una de esas pocas cosas que se siente como traspasando la ráfaga de viento que da un dejo de promiscuidad a su rostro: el cabello cayendo sobre su boca, la lengua palpando el intricado sabor amargo. No es solamente por el pelo, sino porque su último cliente disparó exhalando sobre sus senos descubiertos.

Amanda, se llamaba Amanda para la altura de este texto.

Salía por la noche, quizás fue una gota de cianuro en el Blue Curassao o un disparo mudo sobre el silencio de esa noche luego de los gemidos quebrando la luz tenue de Buenos Aires cuatro am. Solo sabía que al levantarse los gemidos de Amanda eran el reloj de una iglesia dando las últimas campanadas. Las aves volando en sus aladas blanquecinas libertades en búsqueda de escapar del exacto momento en el que el vuelo quiebra la ráfaga en el pelo de Amanda.

Sin sangrar. Los ángeles no tienen sangre pero tampoco levantan vuelo por encima de Dios.

Él sabía. Ella sabía. El infierno o el paraíso eran rojos, ambos dos o la última mirada que acababa con el líquido de la gamabutirolactona sobresaliendo el deseo.

Los ojos desorbitados de Amanda y el cuerpo reviviendo blancas pieles impregnadas del nombre fantasía o perecedero silencio del reloj que ya no habría de dar las 12. Esposas, muñecas, esposas que podrían ser muñecas o brazos encarcelados y cinceles sobre el cuadro desmontado de montar a Amanda mientras ella, ficticiamente, gime y sus garras rojas penetran a Dios y la respiración se acaba y continúa bombeando la sangre, silenciando las rosas que se clavan en su pecho y bebiendo el elixir en las paredes rosáceas que acuñan su nombre.

Suena el reloj del cementerio, el cadáver vestido de negra gasa, azulados cabellos, rojos labios, muerto nombre. Podría ser el final de una novela o tal vez presidiario necrofilico-morbo-cuerpo-sexo-tiempo fruto del destino final.

También podría ser Amanda amamantando con cianuro y sus pechos rebosantes aniquilando el semen de él dentro de su cuerpo muerto.

O quizás solo un sueño y ella muerta hasta que camine sobre sus párpados para besarlo y decirle que llore las caricias en celo.

Se da vuelta cuando amanece y el aroma a perfume deja el estigma de una noche de sexo. Descuartiza el cuerpo. Mira el frasco. Aún hay una última gota en tu sangre corroyendo tus cabellos. Penetrar el cuerpo tieso. Mirar el silencio.

viernes, 5 de octubre de 2007

Carnes de muerte,

Girones de ella.


Virginidad estancada detrás de un himen,

Si no la penetran dedos entonces sino.


Un gemido cortado,

Abrir y cerrar las hojas,

Batir y secar las alas.


Leer agujeros,

Cuadros circulares,

Cuadernos numéricos.


Íntegros lunares: enteros de partes de sexo.


Besar las uñas que desgarran dentro,

El esmalte desnuda las caricias safistas: las gatas en celo.


Entonces penetrar, desangrar, desgarrar, acabar a morir, morir para acabar, suicidarse en el éxtasis o del éxtasis su suicidar, para revocar los nombres (¿qué importan los nombres?)


Ahora todo se condensó en gemidos.

Más o menos como morir.

Casi idéntico a matar.

lunes, 1 de octubre de 2007

Deshoras

Despertar,

Desencadenando clandestinidades del pensar,

En relieve a tu figura,

Apogeo de tus ojos y plasmar,

Solo el espacio que nos separa.

La mano recorriendo el rostro del recuerdo,

Sentir dubitativo el sentir,

Pasos acerca del deseo,

O vientres extasiando prohibiciones:

tus labios sobre mis miedos.

Exactamente así.

Exactamente tan exacto.

Tu piel a desnombre y el sexo a deshoras.

Mortalizar las caricias:

Terminan aquí,

Cuando mis uñas rojas.

Destronar los miedos:

Empiezan aquí,

Dónde tu voz en mis versos,

Para que no haya explícitos sobre el silencio,

Para no nombrarte en poesías,

Para no tocar los recuerdos.

Cualesquieras censurados,

En mi exhalar sobre el tiempo.