Se despertó con el sabor del alba sobre sus dedos. La cama desnuda, abrazando el suicidio de la noche pasada. ¿Se puede morir en un sueño? Allí dónde lo abrazaba a él, dónde decidía que las almas se vayan juntas, ahí cuando te despertás y das una bocanada de oxígeno, impávida por anonado, de saberse viva y tocando su piel, su respiración sobre el propio cabello y no haber muerto aquella noche, antes de saber que él era él.
¿Creer en el derecho al suicidio? Suicidándonos por alguien, entonces, ¿por qué no vivir para alguien? Fusiones, tantas veces en físico-química y entenderlas del modo más relativista, pero el único que se siente real.
Dos cuerpos o las sábanas, el aroma a piel y el sueño del infierno, el propio infierno forjado en el cielo, la crueldad de la perfección y el sabor del oxígeno cuando besamos el recuerdo.
Así, como perderse en la obscuridad de una calle luminosa, meterse en aquél recoveco y soñar en violar una casa hasta sentir que se tiene una y ahora no importa, ni la oniria ni vivir un sueño.
Ni haber soñado esto.
Ahora todo es más real.
(y los ángeles no merecen morir)
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