El deja vú es un modo de arte: desvelar a la realidad, saber que antes de que uno lo supiera, había una certeza esperando el suspiro exacto en el que notamos que sabíamos desde antes.
Fue la calidez de las sábanas añejas a su compra en mis memorias. O la piel evocando mis párpados cerrados esperando el lugar desnudo, su virilidad adentro, las palpitaciones apagándose porque ahora la tranquilidad. Sentir hogar. Reconocer reconocerlo desde antes.
Flash de niñez onírica y observando los sentidos que dicen, me escondo en los recovecos de la hembra oculta en aquello que sabe: ¿qué más había?
Las sábanas son familiares. El modo por el que reflecta el sol. Su voz pero la palabra que sondea, monótona, mi cabeza: cocina.
Podrían haber sido las persianas, pero la sensación respirada y mirar abajo. Algunos nombrarían tendencias suicidas mientras alguien, incómodo, reiría. Ella perdería la mirada en un punto, rememorando macetas intensamente rojas.
Qué más había sobre la imagen de hojas rociadas, sobre la mesa del patio interno y la vecina maullando un alarido estremecedor y congelar el recuerdo en maullido, abrir la ventana del patio interno, observar hacia abajo hasta delinear la silueta perfecta del error cometido.
Los maullidos cesaron en el eco de sus paredes.
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