Alice in der land

Alice in der land

domingo, 30 de septiembre de 2007

Welcome to hell.

Por qué las alas se le habían hecho pájaro y había echado a volar, por los disturbios de toda la ciudad, anclada en la clandestinidad de una pequeña ventanita abierta. Los gritos de fondo y no balbucear nada porque entonces no hay palabras. Solo piar. O ir, sigilosamente, con las pezuñas clavadas en el marco de la ventanita y las alas, aquel accionar de un botón o lo mecánico y entonces el industrial palacio católico y escapar de Dios o algo así.

Pero despertarse en la pesadilla.

Grita la señora del tercer piso y dan ganas de tomarla con el pico, desgarrar sus entrañas, ver como se desangra sobre los azulejos de su cocina, el aroma a sangre y guiso de roast beef. El aroma a muerte y puré recién horneado. El aroma a ave que aún vuela los sueños.

Entonces el colectivo.

Subir, por ahí y el trayecto no es el mismo. O apretar el botón de salida, ese sabor a saliva alcoholizada, ese sabor a saliva y ungüento de beso, entremezclado con la cal y el polvo católico y escapar de Dios.

Porque es ahí, exactamente ahí, en dónde vive en este segundo sin saber si los demonios fueron un sueño o la realidad. Es ahí, entonces dónde, que le jura su propia voz que fue un sueño, pero ella vio al edificio, en el vuelo de vuelta al vuelo, el industrial-mecánico católico y Dios que la azotaba con cadenas en su alada noche.

Todo el pasado borrado o quién sabe si el recuerdo, si el alcohol se entremezcla con los sueños, si no es más que una cifra en sangre, o las alas sangrando las cadenas porque lo jura por Dios que escapó de Dios, que esa noche renació porque habría muerto ahí, dónde imaginaba un cuándo, dónde fue mañana, cuándo fue ese lugar, dentro de la oniria pero escapando de ella, cuando lo jura por Dios que escapó de Dios y ahora escucha puros demonios, esos que la miraban ayer –pero era mi casa-

(pero era mi casa)

Entonces se incrustan en la memoria-miradas de clavos clavados de caldo de pollo de anoche en octubre cuando es septiembre y los versos leídos de ella cuando era la esposa del difunto escritor, cuando el difunto y ella no habían nacido, cuando los pájaros se convertían en alas: y viceversa.

Viceversa porque escapó de Dios y se metió en la pesadilla: despertar.

Abrir los ojos, piar en la mente, contestar idioma-lectura-oniria-chillido antropofágico de almorzar a la imbécil del tercer piso.

Un día: así. Una noche: de esa manera. Una tarde: sigo dormida.

No es que no abrí los ojos. Lo hice pero la saliva aún está pegajosa y Dios me persigue en la almohada. El macabro dolor de espalda (ahí dónde están las alas escondidas) cortar plumas con la navaja, volverlas a pegar con mi encolada saliva, lamer la mano gata-escondida, jugar a balbucear en mi cabeza: da la media vuelta, toca el cascabel, mírenme señores comien-do pas-tel. A ver. A ver. A ver. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, toma el amuleto en manos de anaquel.

Porque ahora es niña, porque siempre fue niña y el sabor del puré-sangre es delicioso, es aquella ave que escapó de Dios, cortando las entrañas de una imbécil, oniria plasmada pegada disuelta censurada acaba de merecer un espacio en el diccionario de la locura: muy bien, jura que fue un pájaro.

El pasajero se da cuenta de que algo no anda bien.

No suena el timbre.

Pasa por aquel industrial-catolicismo-mecánico y Dios le sonríe.

Siente nauseas.

Se toca la espalda: no hay alas.

Y en cada mirada de aquellos, demonios que la persiguen y Dios que hostiga desde un autobús, la puerta no abre y final del recorrido, posa sus garras rojas en el marco de la ventana, mira la libertad de lejos y le sonríe un dama.

Cae una pluma.

El humo de alguna fábrica.

Y Dios es la mujer que acaba de subir al colectivo: exactamente cuando ella no puede bajar, exactamente ahora, exactamente tan exacto que estoy escribiendo que escapé de Dios, pero está ahí en la almohada, macabro mirar miedo premisas de la noche que desvelará la alucinación.

Mientras tanto, ceno su sangre.

Y he de ser una persona pagana, en congojas con el vacío de sin-amo y Dios aún así ha hablado que me mataría en vuelo. Mientras tanto: ceno su sangre. Luego: encojo mis alas.

Me elevo suave, sustrato uniforme de masa de cielo. Tormentosamente espesa. Repudio la risa de mis congéneres.

La puerta no se abre.

Maldito seas.

¿Quién?

Aquel, porque ahora la entrada al infierno.

Y se oye una voz en la eléctrica industrial. Al borde del abismo, el precipicio de volar, en principio, con alas retorcidas.

Repudio el llanto de mis congéneres.

Miro al suelo. Cielo o tierra o monte inmerso en agua. El fuego que no está.

Ahora Dios se suicida.

Sonrío.

Extiendo las alas.

Babeo la almohada.

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