Listado de cosas para hacer hoy: Come, perra, gime, asfixia, muerta.
Miro el reloj. Demasiado tarde para empezar, ojalá hubiera un alba un poco más difusa, más mortecina y podría elegir una palabra de la lista.
Perra por ejemplo, ¿me alcanza el tiempo para perra?
Si, de última, ella ya sabe. Nada que hacer, porque el listado siempre es perfecto, el papelito de acá y de allá también, el papelito macabro escrito con el lapiz labial rojo sangre.
-¿Te puedo maquillar?
-Hola, sí, perdón, pasá, sentate y tomá algo.
Por ejemplo un té Darjeling. A riesgo de sonar muy burguesa, le doy un té de jazmín, además el aroma es tan exquisito que por ahí la esquizofrenia le borra el nombre y ahora me convierto en la ama.
El aroma, eso, por ejemplo los aromas que son un instante esquizoide, como una “elevación” disonante con todo el entorno, un milisegundo y luego cambia porque todo cambia con los milisegundos que si a su vez se fragmentaran eternamente, ¿para qué seguir? El mundo no se comprende tan fácil, viejo.
Y es que nada, que ella ahora viene y toma el té y la miro y acaricio todo su rostro, comenzando por la barbilla y tomando su pelo; jalo suavemente y hace un chirido. Sí, te dolió, comé una masita.
La cuestión con las masitas es esa, son una ruleta rusa cuando las hornea alguien. Hay que confiar en los anfitriones, no vaya a ser cosa que nos envenenen o comencemos a ladrar. ¿Para qué preguntar? Se agarra la masita y punto, punto muerto o punto vivo, eso depende de la voluntad, querida, por ejemplo usted: la masita roja.
Y comienza a toser.
-Perdón, yo sé que los licores caseros son difíciles de digerir, especialmente cuando se amasan con la masa cruda.
Los licores y otras finitudes, como las pócimas sublimes de la Dama de la Casa.
Acaricia el cabello y otra vez, va bajando por el contorno de su cuerpo y el cabello color cobrizo que se extiende con su mano, y ahora por todo el lomo y ahora empieza a manosear sus partes húmedas y ella se pone en cuatro, en cuatro la muy perra, empieza a gemir y se transpola con aullidos y ahora el húmedo hocico negro, porque lo sentía con la mano, como ya su lengua sobre el clítoris y sus ojos de puro iris en los ojos de ella y…
-Para. Sentada.
(Collar de ahorque)
-Vení para acá.
Al plato de comida, una y otra masita de color verde, una y otra y dale, ¡Perra! Comelas, dale, ¿no confías?
Y tiraba, y tiraba una y otra vez del collar hasta que empezó a jadear su lengua azulada y no hubo caso: masitas de nada.
Sí, gracias por nada, perra, muerte, gime, asfixia, come… bueno: come no.
(Taché la lista)
Miro el reloj. Demasiado tarde para empezar, ojalá hubiera un alba un poco más difusa, más mortecina y podría elegir una palabra de la lista.
Perra por ejemplo, ¿me alcanza el tiempo para perra?
Si, de última, ella ya sabe. Nada que hacer, porque el listado siempre es perfecto, el papelito de acá y de allá también, el papelito macabro escrito con el lapiz labial rojo sangre.
-¿Te puedo maquillar?
-Hola, sí, perdón, pasá, sentate y tomá algo.
Por ejemplo un té Darjeling. A riesgo de sonar muy burguesa, le doy un té de jazmín, además el aroma es tan exquisito que por ahí la esquizofrenia le borra el nombre y ahora me convierto en la ama.
El aroma, eso, por ejemplo los aromas que son un instante esquizoide, como una “elevación” disonante con todo el entorno, un milisegundo y luego cambia porque todo cambia con los milisegundos que si a su vez se fragmentaran eternamente, ¿para qué seguir? El mundo no se comprende tan fácil, viejo.
Y es que nada, que ella ahora viene y toma el té y la miro y acaricio todo su rostro, comenzando por la barbilla y tomando su pelo; jalo suavemente y hace un chirido. Sí, te dolió, comé una masita.
La cuestión con las masitas es esa, son una ruleta rusa cuando las hornea alguien. Hay que confiar en los anfitriones, no vaya a ser cosa que nos envenenen o comencemos a ladrar. ¿Para qué preguntar? Se agarra la masita y punto, punto muerto o punto vivo, eso depende de la voluntad, querida, por ejemplo usted: la masita roja.
Y comienza a toser.
-Perdón, yo sé que los licores caseros son difíciles de digerir, especialmente cuando se amasan con la masa cruda.
Los licores y otras finitudes, como las pócimas sublimes de la Dama de la Casa.
Acaricia el cabello y otra vez, va bajando por el contorno de su cuerpo y el cabello color cobrizo que se extiende con su mano, y ahora por todo el lomo y ahora empieza a manosear sus partes húmedas y ella se pone en cuatro, en cuatro la muy perra, empieza a gemir y se transpola con aullidos y ahora el húmedo hocico negro, porque lo sentía con la mano, como ya su lengua sobre el clítoris y sus ojos de puro iris en los ojos de ella y…
-Para. Sentada.
(Collar de ahorque)
-Vení para acá.
Al plato de comida, una y otra masita de color verde, una y otra y dale, ¡Perra! Comelas, dale, ¿no confías?
Y tiraba, y tiraba una y otra vez del collar hasta que empezó a jadear su lengua azulada y no hubo caso: masitas de nada.
Sí, gracias por nada, perra, muerte, gime, asfixia, come… bueno: come no.
(Taché la lista)
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